El 4 de octubre de 1934 tres nuevos ministros cedistas entran en el gobierno ante la oposición mayoritaria de la izquierda española y asturiana. Desde el primer momento, un Comité revolucionario formado en Asturias puso en marcha una operación inédita hasta el momento en la historia del movimiento obrero español. El día 4 de octubre amaneció para el proletario asturiano como una jornada decisiva, tras una víspera tensa a la espera de acontecimientos. La población obrera estimaba que la orden de arranque no ponía demorarse más. Por la tarde, a las siete, las noticias de Madrid confirmaban la entrada en el Gobierno de tres miembros de la CEDA. En ese momento hasta el del estallido de revolucionario, pasaron horas de impaciencia. Los comunistas, que en ese mismo día habían ingresado en la Alianza Obrera, trataron de precipitar el comienzo de la lucha, creando las primeras dificultades. No se empezó porque los socialistas no habían recibido instrucciones de Madrid. Pasadas las diez de la noche el correo llegó a Oviedo. La revolución debía ponerse en marcha.
El Comité desplegó a sus enlaces juveniles. Las milicias obreras comenzaron a formarse y se abrieron los primeros escondites de armamento. En la madrugada del día 5, después de que la orden revolucionario recorriera las cuencas mineras, se inició la fase de asalto al poder local. El primer paso consistía en la anulación de los 95 puestos de la Guardia Civil existentes en la región. En principió se estimó que la acción sobre los cuarteles apenas retendría a las milicias obreras durante unas horas. La realidad fue distinta, dada la tenaz resistencia que opusieron los miembros del cuerpo armado.
Grupos mal armados, que recurrían habitualmente al uso de los explosivos, fueron haciendo caer los principales cuarteles de la región; un esfuerzo especial supuso la toma del de Sama de Langreo, fuertemente guarnecido, que duró treinta y seis horas. En esta fase del combate murieron en toda Asturias 92 guardias civiles. Los cuarteles asaltados se distribuían por toda la provincia y representaban la guarnición de las zonas demográficamente más importantes y la totalidad de las ocupadas por el proletariado industrial y minero. Los únicos cuarteles que no fueron tomados fueron los de Gijón y Lugones.
Esta fase de la revolución concluyó con el dominio efectivo de aproximadamente un tercio de la geografía astur, área en la que se concentraban las cuatro quintas partes de la población regional. Las zonas restantes revestían menor valor; escasamente pobladas, eran fáciles de alcanzar una vez dominadas las guarniciones principales. Pero antes de llegar a ese control, era necesaria la batalla sobre Oviedo, ciudad en la que se concentraba la mayor parte de las fuerzas militares radicadas en Asturias.
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