75 años después (octubre de 1934-octubre de 2009)
El socialismo en
octubre de 1934 desencadenó en España una revolución. Pero ¿qué se proponía
esta revolución? ¿Qué fue aquel movimiento revolucionario? ¿Adónde y con qué
garantías iba aquella revolución? ¿Adónde iba la revolución como
justificativo de sus inmensos crímenes? Después del triunfo, si el triunfo
hubiera sido posible, ¿qué? La masa estaba en la creencia de que después del
triunfo vendría la socialización de la riqueza, la estatificación en masa de
los instrumentos de trabajo; algo muy confuso que se llamaba comunismo
libertario y que consistía en la inocente adjudicación de títulos
rimbombantes: comisario del pueblo, comités revolucionarios, &c.,
y en expedir vales contra el comercio, bien repleto por el esfuerzo privado.
Pero los dirigentes no podían creer eso. Y si lo creían no por ello iban a
ser menos responsables; porque ¿qué garantías habían dado al pueblo de estar
preparados de tener tomadas todas las medidas para que, arrebatado de las
manos privadas, el complejísimo instrumento de la producción y de la
distribución siguiera funcionando sin entorpecimientos de catástrofe?
La Revolución de
Asturias fue insincera e insinceros y desleales con el país y con la gran
masa fueron sus dirigentes socialistas. «Fue inaceptable en sus fines y
significó para Asturias un alto nivel de destrucción y crímenes», dijo muy
recientemente Xuan Xosé Sánchez, fundador del Partíu Asturianista{1}.
De ahí la inmensa responsabilidad que tuvieron sus líderes y que setenta y
cinco años después sus herederos ideológicos siguen sin querer reconocer que
aquello fue un tremendo delito de lesa Patria. Sus máximos responsables,
Largo Caballero e Indalecio Prieto, no sólo no dieron garantía al país de que
tras el triunfo no vendría el caos –¿primer acto para la implantación del
comunismo?– sino que, en fechas no lejanas, habían afirmado resueltamente
todo lo contrario, es decir, intentaban derribar la República burguesa e
instaurar una especie de República soviética. Por creerlo así no se sumó
Julián Besteiro porque entendió que era una terrible equivocación histórica
de la izquierda, provocada por su partido a la que se unirían otras fuerzas{2} que,
siguiendo consignas de sus jefes, hicieron de la capital del Principado de
Asturias una ciudad totalmente devastada.
Lo habían anunciado
los revolucionarios en el manifiesto firmado por el Comité de Alianzas
Obreras y Campesinas de Asturias: «Tras nosotros el enemigo sólo encontrará
un montón de ruinas. Por cada uno de nosotros que caiga por la metralla de
los aviones, haremos un escarmiento con los centenares de rehenes que tenemos
prisioneros»{3}.
Existen testimonios
que dicen que la ciudad de Oviedo fue bombardeada con cañones que los
insurrectos habían sustraído de la fábrica de armas de Trubia (Oviedo):
«Entre ellos 18 del primer lote de los inventados por el comandante de
Artillería Ramírez Arellano, [ya que] los obreros especialistas de cada
taller, pusieron la gran industria en plena actividad. Se dio el caso curioso
de que los cañones Ramírez Arellano, recién declarados de
uso reglamentario para la infantería por su poco peso, no se habían disparado
más que en las pruebas de la Escuela Central de Tiro y los revolucionarios
los utilizaron por primera vez contra Oviedo y contra su propio inventor que
se encontraba entre los defensores de la capital»{4}.
Alguno de estos cañones expoliados fueron emplazados en el monte «Naranco y
por el lado de San Lázaro. La misión de unos y otros era atacar la
Catedral...»{5}. Los sediciosos intentaron que
alguno de ellos fuera manejado por un oficial de Artillería y casi consiguen
su propósito con el capitán Placido Alvarez-Buylla López-Villamil que, junto
a su padre también llamado Plácido, habían sido hechos prisioneros con otros
ovetenses. El primero fue conducido hasta el monte Naranco, desde donde se
divisa toda la ciudad, y amenazado con la muerte si se negaba a disparar el
cañón. Para Alvarez-Buylla el dilema que se le plantea era muy grave: por un
lado estaba en juego su propia vida y por el otro, en Oviedo tenía a toda su
familia y a mucha gente conocida. Además la capital estaba poblada de
personas inocentes por lo que consideraba un acto de alta traición si disparaba
aquella pieza de artillería, y mucho menos pensaba tirar contra la Catedral
verdadera joya arquitectónica de estilo gótico. Su grave dilema era pues, muy
grande. Y es el autor del libro «¿Por qué Oviedo se convirtió en Ciudad
Mártir?», Gil Nuño del Robledal, quien nos cuenta cómo se las ingenió el
artillero para no disparar un solo tiro: explica que Alvarez-Buylla «tiene
una idea perfecta de lo que ha de hacer. Los rebeldes observan que se dispone
a estudiar el cañón formidable (sic), y sin que nadie pudiera verlo ni
percibirlo, lo inutiliza y demuestra a los rebeldes que le faltaba una pieza
microscópica y que sin ella se convierte en un objeto de cosas inservibles»{6}.
Sin embargo, no queda
más remedio que poner en duda esta versión toda vez que, es de suponer, que
el artillero estuviera lo suficientemente vigilado para que se atreviera a
cualquier tipo de manipulación. Es mucho más creíble la historia que
escuchamos a un sobrino suyo, Jaime Alvarez-Buylla, que dijo haber oído
relatar a su tío que la artimaña que utilizó para engañar a los insurrectos
fue pedirles una tabla de logaritmos ya que sin la misma no podía garantizar
en qué lugar podían caer las bombas y por lo tanto se corría el riesgo de
alcanzar alguna de las posiciones controladas por los propios rebeldes.
Parece que después de darles toda clase de explicaciones de lo que estaba
pidiendo, llegó a convencerles y no volvieron a insistir más porque
lógicamente no disponían de esa tabla. De todas las maneras, si hacemos caso
a Margarita Nelken, diputada socialista y defensora acérrima del sector de
Largo Caballero, cabe también la posibilidad de que no bombardearan la
Catedral por problemas sentimentales. Fue en el cine Europa de Madrid cuando
la diputada Nelken pronunció estas palabras: «No podemos ser sentimentales.
Por sentimentalismos renunciamos a destruir la catedral de Oviedo»{7};
pero a lo que no renunciaron fue a destruir con dinamita la Cámara Santa.
El orgullo de la
revolución
Uno de los presidentes
de las Cortes en la época felipista, Félix Pons Irazazábal, en el prólogo al
libro de Alexandre Jaume –primer diputado socialista por Baleares–, escribió:
«El estallido de Octubre de 1934 había sido una reacción necesaria en defensa
de la República amenazada por el acceso al gobierno de las fuerzas
antirrepublicanas»{8}. Y el propio autor, Alexandre
Jaume, tomando las declaraciones de una testigo, Clara Campoamor, abogada y
diputada radical, dice de ésta que «no conoció otro caso de represión, por
parte de los revolucionarios, que unos fusilamientos en Turón» (pág. 39). ¿Unos?
No, en Turón fueron 12 personas, de ellas nueve religiosos que son algo más
de unos, pero es que además hubo más muertes de seres
inocentes en otros lugares de Asturias y que el historiador Paco Ignacio
Taibo con gran cinismo diría años después que estos asesinatos «fueron obra
de incontrolados»{9}, y así lavarse las manos de alguna
manera e intentar de paso salvar de toda responsabilidad a los dirigentes
socialistas. Y volviendo a Alexandre Jaume, lo que no nos descubre éste
peculiar socialista es la fuente de las declaraciones de la que fue directora
general de Beneficencia. Ni tampoco refleja todo lo que la diputada declaró
al periódico Heraldo de Madrid, declaraciones que después
serían reproducidas en un libro editado en el mismo año de 1934, y que, muy
posiblemente, le sirvieron al citado autor para recogerlas en el suyo o muy
bien pudo haberlas sacado directamente del mismo periódico. Pero haya sido de
un sitio o de otro, el caso es que no quiso recoger –evidentemente porque no
le interesaba– las otras contestaciones que Clara Campoamor da a otras
preguntas y que dejan patente lo que significó aquella brutal agresión:
«—¿Qué lugares de Asturias ha visitado usted?
—Oviedo, Mieres, Sama, La Felguera, Gijón y los alrededores de la capital. —¿Cuál es su impresión general sobre el estado en que se hallan todas estas localidades? —He podido apreciar una gran diferencia entre el aspecto que presenta Oviedo y el que caracteriza a las restantes poblaciones mencionadas. La impresión que produce Oviedo es desoladora. Por el contrario, en Mieres, Sama, &c., el aspecto es normal, salvo los impactos que puedan apreciarse en diversas fachadas, cristales rotos y, en fin, todas las características lógicas de apreciar en un movimiento revolucionario. En general, los únicos edificios destruidos o verdaderamente perjudicados en estos puntos son los cuarteles de la Guardia Civil.{10} —¿Qué aspecto presenta en estos momentos lo que pudiéramos llamar elemento pacífico de la población? —Desde luego, trágico. La gente está aterrada. Tenga usted en cuenta que el tiroteo constante duró nueve días; de los cuales seis fueron terribles. Ahora es preciso ejercer una acción de beneficencia constante. Conozco, como es lógico, casos amargos de desamparo. Puede asegurarse que el número de niños desamparados es de quinientos. —¿Qué es lo que más fijamente ha impresionado a usted en el curso de sus gestiones? —El estado de la Universidad. Alrededor del patio hay un enorme montón de armas: en el centro la estatua de un inquisidor.»{11}
El citado Félix Pons, con su teoría espuria de que la República se
encontraba amenazada por la entrada de la CEDA en el Gobierno, lo cual no es
cierto. Aquella ya comenzó a estar amenazada a los pocos días de ser
proclamada. Lo dice Miguel de Unamuno, que había contribuido más que
cualquier español al restablecimiento de la misma. Fue en 1931 durante la
inauguración del curso académico:
«Por eso, en su discurso académico de la inauguración universitaria de
aquel mes de octubre del 31, insistió en afirmar como una consigna política:
«Lucharemos por la libertad de la cultura, porque haya ideologías diversas,
ya que con ello reside la verdadera y democrática libertad. Lucharemos por la
unidad de la cultura y por su universidad...». Con estos presupuestos es
natural que el 17 de octubre, a los seis meses de proclamarse la República,
escribiera a Francisco Cerdeira, director de una revista portorriqueña: «Me
pregunta usted que cómo va la República. La República, o res-pública, si he
de ser fiel a mi pensamiento, tengo que decirle que no va: se nos va. Esa es
la verdad... En fin, esto dura poco. El pobre Hamlet tiene su fiel
representación en ese falso templo de la Ley: palabras, palabras. No hemos
cambiado. Medio siglo de dura experiencia de nada nos ha servido». Su
maximalismo le exigía milagros a la República y su impaciencia cultural se
desesperaba en los meandros de la política práctica, que fueron amplificando
el campo de sus críticas hasta cubrir todo el horizonte republicano. En junio
del 31 había escrito en El Sol sobre «un Gobierno en que no
se confía» y, después de afirmar perentoriamente que «todos los regímenes han
acabado por sucumbir bajo la tiranía de los encargados de sostenerlos con las
armas», se interroga preocupado: «Milicia revolucionaria armada, Soviet de
soldados rojos, fajo de camisas negras, todo es igual. ¿Qué salida hay para
todo esto?». De la crítica abstracta, pasa a la crítica concreta de lo
anecdótico, de la menudencia administrativa: «Se dice que estamos en una
República de trabajadores, y por los últimos acontecimientos más bien creo
que es una República de funcionarios, en que todos quieren vivir a costa del
Estado», les decía a los estudiantes de Derecho de Salamanca el día 29 de
noviembre de 1931.»{12}
Años después de lo que
Unamuno habló en la Universidad de Salamanca, otra Universidad, en este caso
la de Oviedo que los socialistas habían destruido totalmente en 1934, abría
sus puertas a los mineros –decía alguna prensa–, y el Aula
Magna acogía al secretario del SOMA, José Angel Fernández Villa, que «dedicó
una de las partes más emocionadas de su intervención a la Revolución de
Octubre del 34»{13}. Que se sepa, Fernández Villa en
ningún momento dijo a los allí presentes que aquel templo de la inteligencia,
donde en ese momentos se encontraban, había sido pasto de las llamas del gran
incendio que sufrió producido por los mineros en 1934 cuando éstos actuaron
de acuerdo con la teoría marxista, anunciada por el propio Marx:
«La Comuna ha demostrado que la clase obrera puede simplemente apoderarse
de la maquinara establecida del Estado y dirigirla para sus propios
propósitos. El caso es exactamente opuesto... La clase obrera debe romper y
destrozar, la maquinaria estatal establecida y no limitarse a tomar posesión
de ella.»{14}
En el mismo acto
intervino Gregorio Peces-Barba, rector de la Universidad Carlos III de
Madrid, quien en declaraciones que hizo posteriormente dijo que compartía
casi el 95% de lo dicho por Fernández Villa, pero que discrepaba en algunas
otras cosas. Sobre la Revolución del 34 fue crítico y la calificó como «un
gran error [porque] no se respetaron las reglas del juego democrático»{15}.
El rector de la Universidad de Oviedo, Juan A. Vázquez también intervino,
pero no tuvo el mínimo recuerdo de aquella fecha y de su trágico significado
para la Universidad.
Todo estaba previsto
La entrada en el
Gobierno de los tres miembros de la CEDA no fue la causa para desencadenar la
Revolución, como se empeña en decir la izquierda, sino más bien el pretexto
o, si se quiere, la chispa. Era, pues, algo que se venía
incubando desde hacía mucho tiempo. Lo prueba además, entre otras cosas, la
creación de milicias de las Juventudes Socialistas{16},
uniformadas, provistas de armas cortas y de granadas de mano adiestradas por
García Oliver{17}, y que sus jefes les
habían entregado vacías{18}.
Juventudes a las que había pertenecido el que llegaría a ser presidente del
PSOE, Ramón Rubial cuando entonces le cautivaba «la teoría de la insurrección
armada, un enamorado de las revoluciones clásicas, en las que el Poder era
conquistado por un hecho insurreccional»{19}.
Es, pues, una prueba manifiesta de que esta Revolución no tenía nada de
improvisación ni de espontaneidad después del volumen del armamento requisado
anteriormente a los insurrectos. Así lo demuestran también las opiniones no
sólo de historiadores de distintas tendencias políticas, sino la mayoría de
los políticos que vivieron aquella época de cuyo testimonio damos cuenta.
Comenzaremos con el de quien durante un periodo determinado de la
República presidió el Consejo de Ministros, Manuel Portela Valladares:
«La Revolución no fue, pues, consecuencia de la crisis política, sino que
estaba preparada de antes; y por lo tanto aquellas notas que amenazaban con ella
sirvieron de pretexto o de santo y seña para lanzarla. Y no podía ser de otra
manera porque sin aquella preparación no se concebiría, de la noche a la
mañana, el movimiento revolucionario. ¿Cómo no establecer entonces
connivencias entre los autores de las insólitas notas y los revolucionarios
que a su voz se echaron a la calle? O aquellos políticos cayeron de primos al
suscribirlas o entraban en el secreto y en la danza. (Sí que entraban, y el
mediador Prieto era el alma del cotarro).»{20}
«Hacia finales de
septiembre, la cuenca minera asturiana era un polvorín presto a explotar en
cualquier momento. La crisis ministerial que concluyó el 3 de octubre con el
nombramiento de tres miembros de la CEDA encendió la chispa», nos dice en su
tesis doctoral el estadounidense Adrian Shubert{21}.
En una conferencia que pronunció en La Felguera (Asturias) con motivo del
cincuentenario de la Revolución, dijo también: «…la insurrección de octubre
no fue algo espontáneo, ya que venía organizándose desde un año antes»{22}.
«La entrada cedista en el gobierno presidido por Lerroux fue la señal de la
revolución de octubre, no su causa»{23},
opina el historiador inglés Raymond Carr, quien añadió al mismo tiempo: «…los
trabajadores de Asturias luchaban por el poder soviético bajo la dirección de
los comunistas» (pág. 607). Por otro lado, Santiago Carrillo, entonces
secretario general de la Federación de Juventudes Socialistas, cargo para el
que había sido nombrado a principios de 1934, puntualiza que «habíamos
resuelto que precisamente la entrada de la CEDA sería la señal para
desencadenar el movimiento, porque si dábamos tiempo a que ese partido
actuase desde el Gobierno haría más difícil, sino imposible, el
levantamiento»{24}. En otro momento, el propio
Carrillo cuenta que por su calidad de secretario de aquellas Juventudes fue
nombrado, en la primavera del 34, representante de las mismas en lo que se
hizo llamar Comité Revolucionario Nacional «que dirigió la preparación del
movimiento de octubre del mismo año» (pág. 92). Una de las primeras medidas
de este Comité fue crear una organización por todo el país a todos los
niveles. «Dichos comités tenían la tarea de recaudar medios económicos, de
comprar y almacenar armas, de buscar apoyos en el Ejército y cuerpos de
seguridad, de organizar y fortalecer las milicias y de asignar objetivos a
éstas cada uno en su demarcación, cuando la batalla comenzase» (pág. 97).
Estas palabras de Carrillo dejan muy claro que la revolución socialista tarde
o temprano tenían pensado ejecutarla, todo dependía del momento propicio para
ellos, «porque no basta con ir a la Revolución; es menester que se vaya a
tiempo», escribía Ramos Oliveira{25} que,
por cierto, no hacía otra cosa que seguir las palabras que ya había publicado
el diario El Socialista cuando este órgano del partido al
referirse al movimiento violento de sus compañeros austríacos, se pronunciaba
en el sentido de que «el camino es el mismo que han seguido los socialistas
austriacos con la sola diferencia de elegir el momento psicológico con el
máximo rigor: ni antes ni después de lo conveniente»{26}.
Otro que tampoco comparte la teoría de la entrada de la CEDA en el
Gobierno como causa principal de la Revolución es el historiador y
catedrático Julio Arostegui: dice que la idea de la insurrección empezó a
considerarla el socialismo en febrero de 1934, y no le cabe duda de que la
radicalización es muy anterior a esa fecha:
«Formalmente la amenaza de la insurrección la situó el socialismo en el
contexto de su negativa a que la CEDA participara en el gobierno. Ello
colmaría el vaso de lo que se consideraba como una entrega de la República a
sus enemigos. Por eso se ha dicho que la amenaza de la insurrección podía ser
una estrategia para impedir ese gran corrimiento a la derecha en el Gobierno
de la República. Pero la entrada de la Ceda en el gobierno se produjo el 4 de
octubre...»{27}
«Que la designación –dice asimismo el historiador Jesús Pabón– de esos
tres ministros de la CEDA –esos tres nombres en esas tres carteras– guardase
relación de causa efecto con el movimiento revolucionario, aunque fuese en
calidad de provocación, es afirmación que, por reiterada, no puede disminuir
un legítimo asombro [...]. Ni el número, ni las personas, ni las carteras,
podían producir inquietud alguna. Eran tres ministros en un Gobierno de
quince. Ninguna de las carteras era ‘clave’ para los propósitos que se decían
temer de la CEDA.»{28}
El oficial del
Ejército de la República, José Manuel Fernández Cabricano, militante también
de la CNT, que vivió muy de cerca los acontecimientos del 34, primero en la
Felguera y después en Oviedo, llegó a declarar, cuando se cumplía el
cincuentenario de la Revolución, que la misma se venía gestando desde el año
28 en el que las fuerzas de izquierdas españolas llegaron a una serie de
pactos para derribar la Monarquía, en el transcurso de varias reuniones. «La
CNT –decía Fernández–, que a pesar de haberse formado en la clandestinidad
era la mayor fuerza del país, se comprometió a prestar su apoyo a los
proyectos de los allí reunidos, aunque renunció a contar con representantes
en el Gobierno provisional. Sin embargo, aquellos acuerdos fueron incumplidos
una vez instaurada la República»{29}.
A estos puntos de vista cabe añadir también el del que fue presidente de la
República en el exilio, José Maldonado{30},
que en su momento creyó que el movimiento revolucionario estaba proyectado
desde la derrota electoral del año 1933, y eso «es capital para enjuiciar los
sucesos de octubre»{31}.
Y no le falta razón a
Maldonado porque a los pocos días de esas elecciones se celebró una reunión
conjunta de las dos Ejecutivas, es decir, Partido Socialista y Unión General
de Trabajadores. La reunión tuvo lugar el día 25 de noviembre y a la misma
asisten por parte del partido: Francisco Largo Caballero, Indalecio Prieto, Wenceslao
Carrillo, Simeón Vidarte, Enrique de Francisco, &c. Por la UGT: Julián
Besteiro, Andrés Saborit, Trifón Gómez, entre otros. Según recoge el acta,
firmada por Enrique de Francisco y Trifón Gómez. Largo Caballero manifestó
que el compromiso debe ser para realizar un movimiento revolucionario a fin
de impedir el establecimiento de un régimen fascista. Olvidaba
Largo Caballero con estas palabras el resultado de las urnas, y al mismo
tiempo se negaba a aceptar y a reconocer que se había venido aplicando la ley
de los vencidos que además habían presidido las elecciones. También repite
que «la posición a adoptar debe ser la de impedir una cosa tipo fascista y
luego ya se vería cuál era la conducta a seguir»{32}.
Sin embargo lo de
relacionar todo con el fascismo no era nada más que un
engaño, un truco que los socialistas explotaron con absoluta conciencia de su
falsedad como veremos más adelante. Demasiado sabían los dirigentes
socialistas, y sus aliados, que en España no había arraigado el fascismo.
Wenceslao Carrillo recuerda que los socialistas no debían hablar ni de una
acción para implantar el socialismo, lo que habría de restarles bastantes
ayudas, ni de defensa de la democracia por si con ellos se enfriaba el
entusiasmo de sus seguidores. «Debe hablarse sólo de antifascismo, en lo que
puede resumirse todo» (pág. 44).
Por otro lado, «al
mismo tiempo que se inauguraban las Cortes –dice el historiador Aguado
Sánchez– el día 8 de diciembre, en las que don Santiago Alba había sido
elegido –de momento– presidente interino, daba comienzo una oleada de
terrorismo en España»{33}.
Está claro que los
socialistas, y demás fuerzas que formaron la Alianza Obrera, no supieron
perder. Quisieron mantener siempre una posición preponderante en la política
española fuese como fuese: por la violencia o por las malas artes. Lo de
menos para ellos era la legalidad. Por eso cuando los españoles les barrieron
del poder en noviembre de 1933, en el paroxismo de la desesperación, no se
resignan al fracaso y comienzan a preparar la revolución o, mejor dicho, la
guerra civil que, aunque corta, fue eso: una guerra civil pues ése fue el
resultado. «Vayan ustedes al cine a ver con sus propios ojos lo que ha
pasado», escribía un periodista{34}.
Los revolucionarios en sus pasquines hablaban sin rodeos del Ejército
Rojo, y hacían llamamientos a todos los trabajadores para que
estuvieran dispuestos a la defensa de sus intereses con su propia sangre. «El
aplastamiento de los contrarrevolucionarios, la conservación de nuestras
posiciones exige tener un Ejército invencible, aguerrido y valiente para
edificar la sociedad Socialista»{35}.
Incluso, a título póstumo, hubo un caso en que los sediciosos llegaron a
nombrar general a un compañero: «Te nombramos general del Ejército Rojo, por
el valor que has demostrado en la vida y el valor con que has muerto»{36}.
Asimismo, no debemos olvidar lo crispado que estaban los ánimos en aquellas
elecciones de 1933 cuando en un mitin socialista celebrado en el Teatro
Cervantes de Granada, donde también interviene Fernando de los Ríos,
Indalecio Prieto se quejaba de que alguien lo estaba difamando por lo que
para salir al paso pronuncia textualmente estas palabras: «Si algún día hallo
a mis difamadores, tendré energía suficiente no para cruzarles el rostro a
escupitajos, sino para horadarles el cráneo a pistoletazos»{37}.
Días antes, en Montejicar, cerca de Granada, al llegar los oradores que iban
a tomar parte en un mitin de coalición radical, fueron recibidos con silbidos
por los socialistas; de pronto sonó un tiro y como si esto fuese la señal,
fue asaltado en Centro Agrario haciéndose al mismo tiempo numerosos disparos.
«Un hombre recibió un balazo en la cabeza y falleció momentos después de
habérsele prestado asistencia facultativa»{38}.
En algunos pasquines
se podía leer: «Obreros, en pie de guerra, se juega la última carta. Nosotros
organizaremos sobre la marcha el Ejército Rojo [...]. Rusia, la patria del
proletariado, nos ayudará a construir sobre las cenizas de lo podrido el
sólido edificio marxista que nos cobije para siempre»{39}.
Hay otro en el que los revolucionarios hacen un llamamiento a los soldados de
la República para que se pasen a sus filas: «Hay que machacar a todos los
tiranos y sin ninguna dilación debéis salir de las filas del EJERCITO
capitalista ingresando inmediatamente en el EJERCITO de vuestra clase, en el
EJERCITO ROJO. Toda metralla que tenéis en las cartucheras debéis emplearla
para introducirla en el corazón de la burguesía» (pág. 156).
Este relevo no
le gusta nada a Indalecio Prieto quien, en su discurso pronunciado el día uno
de mayo de 1942 en el Círculo Pablo Iglesias de México, se quejaba
amargamente de que a su regreso de Asturias, después del alijo delTurquesa, «me
encontré envuelto en un ambiente de recelo y desconfianza que suponían para
mí la mayor injuria, y destituido, sin saber por qué, de mi misión de enlace
con los militares. ¡Sustituido yo, un hombre de mi historia por un
advenedizo!»{40}.
Largo Caballero por su parte estaba dispuesto a ser él el que dispusiera
de todos los resortes de la revolución que se avecinaba. En una ocasión dio a
leer a Juan-Simeón Vidarte las instrucciones de la huelga revolucionaria para
que le ofreciera su opinión. Al preguntarle quién las había redactado, Largo
Caballero contestó:
«Besteiro. Son, más o menos, las instrucciones de la huelga de 1917. ¡Qué
diferencia de entonces! ¿Cómo pueden cambiar tanto los hombres?»{41}
Estaban claras desde
un principio las intenciones de Caballero. Quería llegar hasta el final y el
final no era otro que la detención del presidente de la República Niceto
Alcalá-Zamora a manos del socialista Fernando de Rosa{42},
así se lo comentaba otro día a Vidarte:
«Claro está que no actuará solo. Irá con guardias civiles, que no serán
guardias civiles, sino gente de nuestra más absoluta confianza. Si las cosas
no cambian, tendremos ayudas importantes en la propia guardia presidencial.
Un militar republicano, también de absoluta confianza, efectuará la
detención; pero a Fernando de Rosa lo he hecho personalmente responsable de
la vida de Niceto y él me ha dicho que responde de ella con la suya. Será un
putsch a lo Dollfuss. Otro militares se encargarán de la detención del
presidente de las Cortes (constitucionalmente, Santiago Alba debería
sustituir al presidente de la República). Otros más, ocuparán telégrafos,
teléfonos, la radio, el Ministerio de la Gobernación y el de la Guerra. Y
confiamos plenamente en la actuación de todos ellos...»{43}
Todas estas
intenciones y todos los preparativos que los socialistas, «enojados por la
derrota», venían manejando desde hacía tiempo, eran harto conocidos por
Manuel Azaña, que el día 2 de enero del 34 celebró una conversación con
Fernando de los Ríos{44} «larga y dramática». De los
Ríos días antes había pronunciado un discurso en Granada en el que dijo que
renegaba de la República porque había sido una engañifa, «tan mala como la
monarquía», y no tenía nada que esperar de ella. Azaña le expone lo que
pensaba sobre lo que se proponían la inmensa mayoría de los socialista. Sabía
que no debía entrometerse en los asuntos del Partido Socialista, si bien en
las cuestiones referidas a la política general de España creía tener todo el
derecho de poder juzgar cualquier conducta e, incluso, dar un consejo.
Fernando de los Ríos le escuchaba atento confesándole también, después de que
se le saltaran las lágrimas, que su situación «era trágica. Estaba pasando
una terrible crisis de conciencia». Pero Azaña insistía:
«Le argüí en el terreno político y en el personal. No desconocía la
bárbara política que seguía el Gobierno ni la conducta de los propietarios
con los braceros del campo, reduciéndoles al hambre. Ni los desquites y
venganzas que en otros ramos del trabajo, estaban haciéndose. Ya sé la
consigna: ‘Comed República’, o ‘que os dé de comer la República’. Pero todo
eso, y mucho más que me contara, y las disposiciones del gobierno, y la
política de la mayoría de las Cortes, que al parecer que no venía animada de
otro deseo que el deshacer la obra de las Constituyentes, no aconsejaba, ni
menos bastaba a justificar que el Partido Socialista y la U.G.T. se lanzasen
a un movimiento de fuerza. Era desatinado hacer cundir entre las masas el
sentimiento de que nada podía esperarse de la República. Una injusticia, una
ingratitud y un yerro gravísimo envolver a todos los republicanos y a las
instituciones de la República en la misma aversión y en el mismo anatema que
el Gobierno actual y a su mayoría parlamentaria. No basta decir que las masas
sienten esto o lo otro. Los sentimientos de las masas pueden ser cambiados o
encauzados, y ese es el deber de los jefes, los cuales no deben ponerse al
servicio de aquéllas cuando íntimamente están convencidos, como de seguro lo
estaba él, de que pretenden un disparate. Hay obligación de decirlo así,
aunque se pierda popularidad, y cuando no pueda remediarse de otro modo, se
abandona el puesto. Una derrota electoral, y sus desastrosas consecuencias,
debe repararse en el mismo terreno. Se habían cometido muchos errores,
subsanables en lo venidero, pero el error de promover una insurrección,
llamada al fracaso, no sería ya subsanable, y pondría a la República y a
España en trances de perdición [...], y era igualmente ilusorio creer que,
triunfante el movimiento, gobernarían los moderados, no ya republicanos, pero
ni siquiera socialistas [...]. Que en tal o cual regimiento hubiese dos o
tres sargentos socialistas, o una célula comunista, o que unos cuantos
oficiales se inscribiesen en la Casa del Pueblo o en el Partido Socialista,
no significaba nada. Si le iban a contar a Largo, o a quien fuese, que la
tropa, , antes que disparar sobre sus hermanos proletarios, desobedecería a
sus jefes, se engañaban y le engañaban, y que sería ceguera muy culpable no
reconocerlo y saberlo.»{45}
La comunista Dolores
Ibárruri «Pasionaria», que también conocía todos los planes que se iban elaborando,
llegó a lamentar más tarde que a pesar de haber ingresado el Partido
Comunista en la Alianza, Largo Caballero rehuyera en la medida de lo posible
toda discusión con los comunistas porque seguía aferrado al viejo plan
«elaborado en diciembre de 1933: un movimiento revolucionario dirigido, por
el Partido Socialista y por la Unión General de Trabajadores, tratando de
desconocernos y de ignorar al resto de las fuerzas obreras y democráticas (sic)»{46},
aunque en opinión de otros en «Asturias la compenetración de socialistas,
comunistas y anarquistas era absoluta»{47}.
El anarquista Manuel Villar le da la razón a «Pasionaria», pero desde un
punto de vista diferente cuando se lamenta del protagonismo de los
socialista:
«En Asturias había quedado establecida la Alianza Obrera con el fin
concreto de realizar la revolución social. La base de esta Alianza son las
dos organizaciones centrales del proletariado: UGT y CNT{48}.
Pero en Oviedo se constituye el Comité Provincial Revolucionario sin la
intervención de la CNT, que no es invitada a integrarlo. El movimiento es
determinado en Asturias por los socialistas, siguiendo en todo las
instrucciones dictadas desde Madrid. El comité de Alianza Obrera es
simplemente notificado, por parte de los socialistas, del designio de
provocar una acción revolucionaria general, a la que debe sumarse el
proletariado de Asturias. Los socialistas no quieren perder la iniciativa ni
la dirección de la lucha, encaminada a la conquista del Poder político.»{49}
La Alianza ya venía preparándose desde hacía tiempo. Un periódico de
Oviedo denunciaba en el mes de enero de 1934 que un emisario de Largo
Caballero había llegado desde Madrid para entrevistarse con elementos
comunistas y sindicalistas para ir a la organización del frente único obrero,
pero según parece éstos quisieron imponer algunas condiciones:
«Que el señor Largo Caballero explique su gestión como Consejero de
Estado durante la dictadura; que los que fueron diputados socialistas en las
Constituyentes expliquen igualmente su actuación –Casas Viejas, Arnedo,
&c.– renunciando ahora al acta, y que todos los dirigentes en la
organización socialista dejen de serlo para ser sustituidos por los
compañeros que las asambleas, en los que participen comunistas y
sindicalistas, designen.»{50}
No parece, pues, que
haya un acuerdo unánime de quién llevo el peso de la revolución. Sin embargo
para la prensa moscovita fue un movimiento comunista de enorme trascendencia
en la historia de la revolución. «Todo parece indicar, en efecto –dice Josep
Pla–, que la táctica desarrollada en Asturias es un fenómeno desconocido
hasta ahora en la península y que se trata del primer movimiento de gran
estilo llevado a cabo, según la táctica moscovita, por los comunistas del
país. La prensa rusa destaca los sucesos de Asturias, y en cambio trata
despectivamente las infantiles veleidades revolucionarios de socialistas y
separatistas»{51}.
Después de pasar la
Revolución, las críticas a la misma no se hacen esperar y es en el Parlamento
cuando Martínez Barrio{52},
el día 16 de noviembre siguiente, habla con toda claridad y expone su punto
de vista desde una posición suficientemente diáfana para que todos puedan
entenderle:
«La rebelión socialista empezó a gestarse el mismo día que el Partido
Socialista abandonó el poder. No disimuló su propósito ni su intento; la
dirección del Partido Socialista Obrero se sintió agravada porque en la
crisis del 17 de septiembre de 1933 pasó el poder político de manos del señor
Azaña a manos del señor Lerroux e inmediatamente –ninguno de vosotros pensará
que la totalidad de los hombres del Partido Socialista; yo no lo creo
tampoco–, inmediatamente una parte de esos hombres se lanzó a la tarea de
preparar un movimiento revolucionario.»{53}
Una guerra civil
latente
El propio Madariaga se
remonta más atrás, y relata en otra ocasión un episodio que le ocurrió al
llegar a Madrid el día uno de mayo de 1933, siendo a la sazón embajador en
París. Al bajarse del tren que le había conducido hasta la capital de España,
se encuentra con que estaba desierto el patio de coches y los viajeros que
con él habían llegado aguardaban desesperados entre maletas y bultos a que
llegara un taxi o un tranvía. «¿Qué pasa?», preguntó al conductor del
coche oficial que lo esperaba. «Es la fiesta del trabajo», le contestó.
Efectivamente, en toda la ciudad no se veía ni una rueda. A los pocos días,
se encuentra en la Embajada francesa con varios ministros, entre ellos
Indalecio Prieto, a quien le soltó esto: «Prieto, vamos derecho a una guerra civil
[...]. Eso no lo aguantará este país. Y ustedes desde el Gobierno no debieron
haberlo tolerado»{54}.
Se refiere también a
la «guerra civil parlamentaria» en un momento en que el Gobierno tenía que
resolver difíciles problemas y hacer frente a un presidente de la República
hostil y a una serie no interrumpida de huelgas, casi todas de índole
política y revolucionaria, que estaban paralizando la labor del Gobierno,
sembrando el desorden y la sangre por las calles de ciudades como «Barcelona
Zaragoza, Oviedo, La Coruña, Sevilla. Las chispas de la guerra civil
prendieron en la Universidad, enfrentando a los estudiantes reaccionarios,
con los de la Federación Universitaria de Estudiantes, organismo
izquierdista»{55}.
El historiador José María García Escudero hace un corto repaso de los
días que precedieron a la Revolución de Octubre, y afirma:
«En mi Historia política de las dos Españas{56} he
procurado demostrar que su oposición a la democracia, es decir, a la
República, no arranca de octubre de 1934, ni siquiera de septiembre de 1933,
cuando salieron del Gobierno, sino del mismo 14 de abril. No estoy solo.
«Desde sus primeros días –escribe Madariaga– vino a encontrase la República
con su flanco izquierdo expuesto a los ataques de amigos peligrosos, quizá
más peligrosos aún que sus enemigos». Para demostrarlo –sigue escribiendo
García Escudero– no me ha hecho falta más que seguir los editoriales de «El
Socialista» desde la proclamación del nuevo régimen. Pero también en los
editoriales de El Debate hay denuncias relativamente
tempranas, como la del 14 de octubre de 1932 sobre unos socialistas que «han
hecho y siguen haciendo de la República cuestión de conveniencia para el sólo
interés de su partido». Muy anteriores, y más elocuentes, fueron las
arrebatadoras declaraciones en que Largo Caballero, ministro del régimen,
amenazaba con la guerra civil.»{57}
El catedrático, Gustavo Bueno es otro de los que también reconoce la
parte de culpa que tuvo Largo Caballero y de que el plan de insurrección de
los socialistas junto con otros partidos de izquierdas, venía gestándose
desde hacía mucho tiempo:
«El gobierno de centro derecha que salió de las elecciones de 1933 era un
gobierno democrático (en nada lo empañaba la abstención de los anarquistas).
Democrática fue también la decisión de Lerroux de dar entrada en su gobierno
a tres ministros de Acción Popular, el partido principal de la Confederación
Española de Derechas Autónomas (entre estos ministros no figuraba, por
cierto, Gil Robles). Fernández (sic) de los Ríos, en nombre del
Partido Socialista Obrero Español dice que su partido no tolerará la entrada
en el Gobierno «de la derecha»; Largo Caballero y Araquistain (partidarios de
una vía leninista) habían retirado la confianza al gobierno de Lerroux, y
habían preparado, desde el año 1933, un plan de insurrección, en modo alguno
democrático.»{58}
Las amenazas de Largo
Caballero con la guerra civil se repetirían muchas veces y hay constancia de
ellas. Donde muy posiblemente habla por primera vez de ir a una guerra civil
es en noviembre de 1931 ante la posibilidad de que algunos republicanos
parecían querer disolver las Constituyente antes de que se aprobase el
desarrollo legal previsto en la Constitución. Es entonces cuando Largo
realiza unas declaraciones diciendo que no podía aceptar tal posibilidad y
que ello sería un reto para su Partido obligándoles «a ir a una guerra civil»{59}.
A estas declaraciones, El Socialista del día 25 de noviembre
de 1931 quitaba hierro diciendo que se refería a una «guerra civil
espiritual» (pág. 356). Dos años después pronuncia literalmente estas
palabras:
«Vamos legalmente hacia la revolución de la sociedad. Pero, si no
queréis, haremos la revolución violentamente. Esto, dirán los enemigos, es
excitar a la guerra civil. Pongámonos en la realidad. Hay una guerra civil.
¿Qué es, si no, la lucha que se desarrolla todos los días entre patronos y
obreros? Estamos en plena guerra civil. No nos ceguemos, camaradas. Lo que
pasa es que esta guerra no ha tomado aún los caracteres cruentos que, por
fortuna o desgracia, tendrá inexorablemente que tomar. El 19 vamos a las
urnas... Mas no olvidéis que los hechos nos llevarán a actos en que hemos de
necesitar más energía y más decisión que para ir a las urnas. [...]
¿Excitación al motín? No. No es eso Simplemente decirle a la clase obrera que
debe prepararse para todos los acontecimientos que ocurran, y el día que nos
decidamos a la acción, que sea para algo definitivo, que nos garantice el
triunfo sobre la burguesía.»{60}
Luis Araquistáin, autor del prólogo del libro de Largo Caballero dice
entre otras cosas:
«Nuestras ilusiones republicanas del 14 de abril se han desvanecido. Y el
dilema no es ya monarquía o república; república o monarquía, no hay más que
un dilema, ayer como hoy, hoy como mañana: dictadura capitalista o dictadura
socialista. Ésta es la conclusión a que llega Largo Caballero en sus
discursos.» (pág. 22)
Así, pues, con
palabras como éstas es lógico pensar que fueran muchos más los que no
comparten la disculpa de la entrada en el Gobierno de hombres de la CEDA como
desencadenante de la Revolución. Entre ellos, el historiador francés
Bartolomé Bennassar, perfecto conocedor de España, que no puede dejar de
asombrarse que «cincuenta años después o más, se encuentren historiadores que
consideren normal la actitud de la izquierda, es decir, el rechazo de una
participación de la CEDA en el Gobierno, o bien que cubran con un púdico velo
el problema»{61}. Esto en clara alusión al
conocido hispanista Paul Preston que no tuvo ningún reparo en escribir que
«el astuto Gil Robles, el político de la derecha con mayor visión
estratégica, sabia que la izquierda le consideraba un fascista y que estaba
decidida a evitar que la CEDA llegara al poder. Por tanto presionó para que
la coalición derechista se incorporase al gobierno, precisamente para
provocar una reacción socialista»{62}.
Pero estas palabras de Preston carecen de sentido porque una revolución como
aquella no se prepara en pocos días ni tan siquiera semanas. Necesita mucho
tiempo de organización pues no se concibe que de la noche a la mañana estalle
un movimiento de tales características.
Los rumores intensos sobre la preparación inminente de un movimiento
subversivo ya venían pues, produciéndose mucho antes, aunque el gobernador
civil de Asturias, Fernando Blanco Santamaría, en una reunión que mantuvo con
los periodistas a últimos del mes de julio, quiso desmentirlos tal y como recoge
el corresponsal de un diario de Gijón en la capital del Principado:
«Lo publicado por algunos periódicos en el número de ayer sobre los
rumores de un próximo movimiento subversivo en toda España, con el principal
foco en Asturias, dio motivo a que los periodistas sostuviéramos con el
Gobernador una interesante conversación con lo cual esperamos que haya de
tranquilizarse el espíritu público.
El Gobernador aludió, desde luego, a esas informaciones, y se apresuró a desmentir que tuvieran el menor fundamento por lo que se refiere a nuestra provincia. Pero sin negar la existencia de alguna inquietud entre determinados elementos sociales, lo que no tiene nada de extraño si se tiene en cuenta que los elementos extremistas tienen en nuestra provincia una de las mejores organizaciones y estamos en vísperas de la III Internacional, que los aludidos elementos celebran el primero de agosto de cada año, y suelen registrase con tal motivo algunos incidentes.»{63}
Sin embargo, a pesar de que el gobernador no quiso dar la sensación ante
los distintos medios de mostrarse preocupado por la situación, a los pocos
días de aquella reunión enviaba al ministro el siguiente informe de fecha 6
de agosto:
«Si bien es cierto que la revolución extremista que se anunciaba para el
pasado día primero del corriente, no fue creída aquí por nadie, la
pronunciación activa y resuelta de un movimiento revolucionario para fecha
próxima, aunque imprecisa, por iniciativa y dirección de los elementos
socialistas, es evidente, a juicio del gobernador que suscribe. Al menos, en
lo que a Asturias se refiere no puede dudarse dados los informes que de la
Policía y Guardia Civil se reciben en este Gobierno. Los múltiples indicios
que se perciben de tal preparación, la propaganda pertinaz que entre las
masas obreras se hace para que se dejen de discursos, prescindan de huelgas
parciales, procuren a todo trance olvidar las diferencias con los demás
sectores obreros y estén preparados para actuar en la calle en el mismo
momento en que se les llame. Toda, absolutamente toda la propaganda es ésa,
en la que no cambian a pesar de las multas, detenciones y procesos.
Y se da el caso de que la mantiene a diario el periódico Avance, órgano del Partido Socialista, cuyo tono violentísimo y provocador es tal, que no hay en España que le iguale siquiera. Y en esto no hay la menor hipérbole. En treinta y seis días que yo llevo en esta provincia, ha sido denunciado veintitrés, y recientemente sufrió dos fuertes multas, una de diez mil ptas. y otra de quince mil, que le fueron impuestas por el gobernador y el Sr. ministro, respectivamente. La provincia de Oviedo es hoy, sin duda, uno de los más seguros baluartes del socialismo, tal vez el mayor de España. sus 86.000 votantes en las elecciones del 19 de noviembre, en las que los socialistas lucharon solos contra todos los partidos, incluso contra los republicanos de izquierda y los comunistas, demuestran una organización potentísima en grado sumo y un ambiente propio para cualquier intentona revolucionaria. Si esos 86.000 votos socialistas se suman 19.000 comunistas y 12 republicanos de izquierda, dan un total de 117.000 personas que, por lo menos, habían de simpatizar con el movimiento que parece incubarse, y, desde luego, hay que calcular que una tercera parte actuaría en él. Y aún habrá que añadir a este sector revolucionario activo, una cifra no inferior a 8 o 10.000 afiliados a la Confederación Nacional del Trabajo, que por no ser política no votó en las elecciones y no figura incluida, por tanto, entre los votantes citados. Esta masa tiene su principal organización en las zonas de Gijón y Langreo, pero la de esta última parte ofrece mayor cuidado por tratarse de mineros y metalúrgicos en su totalidad, gente más resuelta y violenta que ninguna. La masa sindicalista se uniría sin vacilar, pues lo hace siempre, a cualquier intento subversivo y mucho más si se tiene en cuenta la campaña de por frente único y alianza obrera viene realizándose con éxito hasta ahora. La perspectiva de este verdadero ejército proletario extremista, es tanto más desoladora ante la posibilidad de un movimiento, cuanto que para hacerle frente existen sólo unos contingentes de fuerza reducidísimas y con medios muy deficientes de lucha. Principalmente y refiriéndose a los sitios excepcionalmente peligrosos resulta completamente inútil, cuando no contraproducente, tener en los pueblos de la cuenca minera puestos de la Guardia Civil con sólo 5 hombres que es la cifra corriente entonos. Esa fuerza cuando no ocurre nada, puede decirse que sobra, pero en el caso de presentarse algo serio, sería arrollada y exterminada por las masas con toda facilidad. Urge, pues, establecer en la zona minera dos o tres concentraciones fuertes, ninguna inferior a cien hombres, los cuales habrían de localizarse precisamente en Sama de Langreo y Mieres, y acaso también en Pola de Siero y en Aller. Se da el caso inexplicable –que para el gobernador informante ha constituido un asombros descubrimiento– de que una población de la enorme importancia de Mieres, cuyo conejo comprende más de 60.000 almas, carezca de puesto de la guardia Civil desde hace muchísimos años. ¿Por qué? Pues sencillamente porque el municipio que es de significación socialista, como la gran mayoría del vecindario, se viene negando siempre a pagar los gastos de alquiler de una casa-cuartel. ¡Como si en estos casos el Estado, que es a quien debe interesar contar allí con fuerza propia para la seguridad pública, no debiera cargar a su cuenta este gasto imprescindible! Pues así ocurre aquí desde tiempos de la monarquía…»{64}
Uno de los periódicos
que se había hecho eco de los rumores era el diario madrileño El
Debate que titulaba su información con esta pregunta: «¿De verdad
van a tomar el poder?»:
«Los socialistas truenan revolución y violencia: montan un frente único
obrero quedándose con sus hilos en la mano; lanzan notas conminatorias como
la que ayer mismo hablaba con ridículo énfasis del ‘terror blanco’; arman y
adiestran a sus Juventudes, y preparan –no dudamos que las preparan– jornadas
sangrientas.»{65}
No es de extrañar la preocupación de algunos medios ya que era muy
corriente que muchos líderes socialistas arengasen a sus jóvenes cachorros en
los distintos mítines que con frecuencia se venían celebrando en toda España.
Uno de los que formaba parte del comité revolucionario de Asturias, Amador
Fernández, analizaba la historia de la República y comparaba a la España de
entonces con la Rusia de 1917.
«Hay que repetir el grito que entonces dio Lenin y que le condujo al
triunfo: Ahora o jamás. La clase trabajadora española esta convencida de que
la democracia burguesa no puede conseguir ya sus reivindicaciones mínimas y
se dispone a tomar el poder para implantar en toda su extensión el programa
máximo socialista.»{66}
El objetivo que perseguían los socialistas desde el primer momento era la
confrontación armada, es decir, la guerra civil, de lo contrario sería muy
difícil de entender lo que nos cuenta el oficial de Aviación Felipe Díaz
Sandino, uno de los fundadores de la Unión Militar Republicana antes de la
proclamación de la República, quien se expresa así:
«Poco antes del mes de octubre me visitó don Indalecio Prieto en mi casa
de la calle de Consejo de Ciento, manifestándome que se preparaba un
movimiento en Asturias contra el Gobierno de derechas, porque se tenían
indicios de que traicionaba a la República, y me preguntó si yo podía acudir
con mi escuadra al lugar que se me señalara. Le pregunté cuál era el programa
político que se pensaba seguir en el citado movimiento y me contestó que,
siendo la razón del mismo evitar que el Gobierno de entonces derrocara el
régimen republicano (pues su tendencia no era otra), no podía haber otro
programa que afianzar la República y liberarla de los enemigos. Le dije que,
después de haber sido destinado Lecea{67} a
la escuadra y del ascendiente que tenía entre los oficiales, en su mayoría
monárquicos, no podía contarse con destacar los aviones a ningún lado ni para
ninguna acción contraria al Gobierno, pero que de lo que sí le respondía era
de que ni en Cataluña ni en ninguna otra parte actuaría la escuadra en contra
de las izquierdas.»{68}
Sin embargo, a la
negativa de este oficial de Aviación poco o ningún caso le hicieron los
insurrectos que al comienzo de la Revolución intentaron hacerse con el
control –al menos de alguno–, de los aeródromos. Según el historiador Pío
Moa, «en los primeros momentos los rebeldes creyeron tener de su lado a los
aviadores. Al comenzar el alzamiento el aeródromo de León corrió el peligro
de caer en manos de los rebeldes, lo que hubiera cambiado el panorama de la
lucha. Pero la intentona, si llegó a ser seria, quedo frustrada por la
reacción gubernamental»{69}.
De la misma forma opina Narcis Molins que cuenta cómo un grupo de
revolucionarios se acercaron a la base aérea de León y después de parlamentar
con varios soldados y decirles que pilotos no faltarán, nada
pudieron hacer porque carecían de municiones y «el intento fue en vano; los
oficiales armados que guardaban el depósito [...] se impusieron. No fue
necesario que abrieran fuego»{70}.
Rafael Salazar Alonso, miembro del Partido Radical que desempeñó la
cartera de Gobernación en uno de los gabinetes presidido por Lerroux, nos
aporta un importante documento en el libro que dejó escrito. Se trata de una
circular de las Juventudes Socialistas que oportunamente llegó a manos del
ministro y que está fechada el 6 de junio de 1934:
«Nuestra única salvación son las Milicias. Organizados lo somos todo;
desorganizados, nada. Es necesario que cada cual de nosotros tenga plena
conciencia de los momentos gravísimos que se avecinan y de la fuerza común.
Hay que crear inmediatamente las milicias. En muchos pueblos ya funcionan con
admirable acierto y disciplina. De todos esperamos lo mismo.
Hay que tener en cuenta que la acción combativa en régimen de excepción ha de ser de ordinario el atentado personal. Por ello, esta organización, más que otra cosa, ha de tener una base terrorista.»{71}
Se refiere la circular a la necesidad de crear también una sección
química para fabricar bombas y demás artefactos explosivos y advierte que
todos los grupos que forman las Milicias deberán estar rigurosamente armados
con toda clase de elementos de combate, ofensivos y defensivos para llevar a
cabo una revolución triunfante y gloriosa que sin desmayar nunca les lleve a
destruir al enemigo hasta en sus propias madrigueras.
Simultáneamente, las
Juventudes Socialistas fueron también acusadas, por algunos medios, de
practicar «ejercicios militares»{72}.
O lo que repetía otro periódico al referirse al «hallazgo de pistolas y otros
parecidos ‘razonamientos’ en poder de significados socialistas, unido a los
ejercicios militares que al parecer realizan las juventudes del partido»{73}.
Algo sobre lo que también manifestaba un periodista próximo al socialismo:
«Entrenados por ex sargentos, con la cobertura de grupos de excursionismo,
clubes culturales; participando en falsas meriendas campestres o romerías,
uniformados con camisas rojas y armados con pistolas, los grupos de la JS
actuaron en Asturias durante todo 1934 preparándose para el enfrentamiento
decisivo»{74}. Y a los que Largo Caballero
arengaba en el Congreso de las Juventudes con estas palabras, que recogía el
periódico socialista en Asturias: «Hay que apoderarse del poder político;
pero la revolución se hace violentamente: luchando, y no con discursos»{75}.
Serían precisamente de
estos jóvenes socialistas de los que Indalecio Prieto se quejaba en un
artículo que publicó el 22 de mayo de 1935 en el periódico El Liberalde
Bilbao, al recordar que había formado parte del primer Comité de la primera
Juventud Socialista de España, la de Bilbao, «que se fundó por iniciativa de
Tomás Meabe{76}, y a quienes encauzamos los pasos
iniciales de las juventudes no se nos ocurrió ni por asomo que éstas pudieran
adquirir tal exceso de personalidad merced a su independencia absoluta con
respecto al Partido, que les permitiera convertirse de elementos dirigidos en
elementos directores y que, como consecuencia de ello, pudiera llegar el caso
de que en vez de servir para cooperar sirvieran para estorbar»{77}.
«Por otra parte –escribe Marta Bizcarrondo–, la radicalización de las
Juventudes no era cosa exclusiva del P.S.O.E., aunque en él tuviera ya
precedentes tan significados como la fundación, en abril de 1920, del primer
Partido Comunista Español por escisión de las Juventudes Socialistas. En la
República, las J.A.P. están claramente a la derecha de Gil Robles; las J.A.R.
son más radicales que Azaña, del mismo modo que la escisión aberriana de los
nacionalistas vascos en 1921 había sido obra casi exclusiva de sus
Juventudes. De 1934 a 1936, las Juventudes Socialistas imprimirán un impulso fundamental
al cambio en el partido; un sector de las mismas es ya, desde 1932, la
avanzada de la posición revolucionaria defendida por el largo-caballerismo.»{78}
Posición que seguirían
teniendo incluso después de fracasada la insurrección. Vuelve a ser Rafael
Salazar Alonso quien algo confuso no llega a entender que las Juventudes
Socialistas siguieran incitando a la revolución nada más haber perdido la de
octubre de 1934. El hombre de la calle no salía de su asombro al leer con
enorme estupor un panfleto que los mismos jóvenes socialistas habían escrito
invitando a la clase trabajadora a resistir y a organizarse militarmente y
clandestinamente.« Nuestro Ejército rojo –decían– conforme crezca a fuerza
del socavamiento de la fuerza represiva del Estado ha de ser dirigido por la
organización insurreccional»{79}.
En este momento siguen reconociendo a Largo Caballero como el jefe
indiscutible del nuevo futuro amanecer sedicioso:
«La Federación de Juventudes Socialistas de España, hoy más unida y más
fuerte que nunca, se inspira a lanzar estas consignas en la historia
revolucionaria del proletariado de nuestro país y en las mejores tradiciones
del bolchevismo ruso y en los grandes paladines del socialismo clásico: Marx
y Lenin.
Las Juventudes Socialistas consideran como jefe de este resurgimiento revolucionario al camarada Largo Caballero, hoy víctima de la reacción que ve en él su enemigo más firme.»{80}
En torno a Caballero el socialismo comienza a alzarse amenazador. Sus
dirigentes, huidos, encarcelados o agazapados, después del fracaso revolucionario,
inician una nueva atracción de las masas. Toda la izquierda forma la misma
línea de combate, pero no para jugárselo todo cara a cara, sino para esperar
a que los de enfrente, cansados y destrozados les den hecha la victoria. Todo
parecía que lo tenían a su favor, hasta el punto de que quien en un futuro
muy próximo llegaría a ser delegado de la consejería en la Dirección General
de Seguridad en la época en que Santiago Carrillo era consejero de Orden
Público, el periodista y abogado Segundo Serrano Poncela, reconociese:
«Jamás se ha dado el caso de que un partido marxista revolucionario,
después de ser vencido en una contienda violenta, perviva con la intensidad
que pervive el socialismo español. Todo está igual, salvo la prohibición de
editar el órgano central del partido. El resto de las posibilidades de
discusión y propaganda funciona: Prensa en provincias, Casas del Pueblo
abiertas, facilidad para celebrar Asambleas. Nada mejor que estos ejemplos
para demostrar el empuje del movimiento insurreccional de octubre, ejemplo
imperecedero para el socialismo universal, que habrá de tener en cuenta al
gestarse nacional o internacionalmente futuras contiendas.»{81}
Y era cierto, porque
las jóvenes socialistas asturianos seguían vistiendo sus camisas rojas todos
los días festivos y con ella asistían a todos los lugares que se les
apetecía, y esto, a pesar de que en el Ministerio de la Gobernación habían
prohibido toda clase de apariciones en público de individuos uniformados.
Hubo un caso que se produjo en la localidad de Olloniego, del concejo de
Oviedo, en el que los jóvenes socialistas llegaron a formar «ante la propia
Casa Cuartel de la Guardia Civil, levantando el puño»{82}.
El que había sido
minero y, desde muy joven militante de la UGT, después facultativo de minas y
más tarde diputado a Cortes y también ministro, el asturiano Ramón González
Peña{83} –quien confesó haber leído a
Marx, encontrando su doctrina algo complicada, pero que él era marxista{84}–,
considerado uno de los máximos responsables de la Revolución en Asturias, en
una conferencia que pronunció en el Centro Obrero de Oviedo durante el ciclo
organizado por las JJ. SS., daba normas para la actuación común del
proletariado invitando para ello a la revolución social: «Hay que hablar de
ella –insistía– no en el centro obrero, sino en la tertulia de café, en el
taller, en la fábrica, en la oficina, en la mina, en el campo, hasta que se
convierta en una tromba que lo arrastre todo a su paso»{85}.
Meses más tarde, declaraba en Oviedo:
«Al fascio no se le amansa con músicas; para amansarle hace falta un
fusil ... Ir preparándose sin cesar para ir a la montería a dar la batida a
todas las fieras, al régimen capitalista. Pero ya sabéis cómo.»{86}
Una vez sofocada la
revolución, Peña fue detenido y ante su declaración en el Consejo de Guerra,
Largo Caballero le acusó de presentar a los «revolucionarios como
sanguinarios, haciendo necesaria su intervención para evitar desmanes. Trató
de atenuar la importancia de su intervención con el fin de evitar una condena
grave»{87}
Guerra preventiva
Así es como la definió
Gustavo Bueno en El Catoblepas, septiembre de 2003, y que
más tarde recogerían algunos periódicos: «¿Cómo pueden olvidar en España las
corrientes de izquierda que la Revolución de Octubre del 34 equivalía al
principio de una guerra civil preventiva, ante la gran probabilidad de que el
Gobierno de Lerroux, que había dado entrada en el Ejecutivo a tres diputados
de la Ceda, diera un golpe de Estado fascista al estilo Dolfuss?»{88}.
Por otro lado, Bueno había denominado «Síndrome de Pacifismo Fundamentalista»
al conjunto de fenómenos sociales que estaban teniendo lugar durante los
primeros meses del año 2003 que expresaban algunos ciudadanos en forma de
manifestaciones públicas con un «¡No a la guerra! ¡Paz!», en el contexto de la
invasión del Irak por los ejércitos anglo-americanos. Y Bueno seguía haciendo
estas consideraciones: «¿No apoyó el Partido Social-demócrata alemán la I
Guerra Mundial, y dirigentes destacados suyos, como hemos dicho, fusilaron a
los líderes que se oponían a la guerra?». «¿Cómo los comunistas pueden
olvidar que la Revolución de Octubre exigió el asalto al Palacio de Invierno,
y los planes quinquenales de Stalin exigieron la muerte de millones de
ciudadanos?». «¿Y cómo olvidar los proyectos del Partido Comunista de España,
tras la II Guerra Mundial, para organizar un Ejército guerrillero capaz de
derribar al régimen de Franco, supuestamente en agonía?». «¿Y Cuba?». «¿Y la
guerras de liberación nacional de África o América del Sur?»{89}.
Son siete las personas que intervendrían en la respuesta al filósofo;
principalmente sobre su referencia a la Revolución de Asturias, donde se
mezclaron analistas de la izquierda y estudiosos de la Historia que enjuician
la «provocadora» propuesta de Bueno. Paco Ignacio Taibo es el primero en
emitir su opinión y lo hace con estas palabras:
«Es obvio que la Revolución de Asturias trata de anticiparse al ascenso
del fascismo, sobre todo tras la experiencia de Austria, donde Dollfuss había
metido los tanques en los barrios obreros, y del triunfo en Alemania e
Italia. En Asturias, ya desde 1933, se vive un periodo de represión y censura
muy acusado. El diario socialista Avance, creado en 1932,
sufre 60 cierres, además de censuras y prohibición de distribución. Había un
clima muy crispado. La huelga de La Felguera fue una situación brutal.
Dominaba la idea de que había que parar el fascismo. La situación de Asturias
de 1934 no es comparable en absoluto con la de Irak en 2003. El problema de
utilizar metáforas históricas es que, como en aritmética, no se pueden sumar
peras con manzanas. No se puede comparar, bajo ningún modelo, la actuación de
un Gobierno que responde a una lógica imperial, como es el caso de los EE.UU en
la actualidad que busca el dominio geoestratégico e un área determinada y
del mundo y que pretende garantizar su reelección electoral construyendo el
voto interno desde la paranoia de que el mal está fuera, con la resistencia
de los obreros en una época de ascenso y auge del fascismo en Europa. Si no
se explican los contextos, las metáforas históricas no funcionan. Yo no
comparto en absoluto esa afirmación.
El obrero asturiano de 1934, cuando miraba el futuro, lo que veía era el crecimiento del fascismo en todo Europa, con una estructura totalitaria, la ilegalización de partidos y la instalación de regímenes como los de Hitler y Mussolini, y, en España, gentes en los mítines de la Ceda gritando, con el brazo en alto, ¡Jefe, jefe!»{90}
No sabemos si Taibo
leyó a Salvador de Madariaga y lo que este liberal escribió respecto al
fascismo de José María Gil Robles. Estamos seguro que sí lo leyó, pero la
frescura de este escritor es tan grande que vuelve a insistir sobre el tema
siempre que se le presenta la oportunidad. Además, ni Mussolini ni Hitler
tenían nada que ver con la CEDA, ésta era «vaticanista» y el primero chocó
con la iglesia y el segundo quiso destruirla. Pero a Taibo le da lo mismo que
se diga una cosa u otra porque nunca cambiará su discurso. En cuanto a que el
obrero asturiano veía el crecimiento del fascismo en todo Europa no se lo
cree ni el propio Taibo porque a los obreros de Asturias les preocupa tanto
del fascismo como tocar el violonchelo. Por otro lado, Araquistain, que había
sido embajador en Berlín coincidiendo con la subida al poder de Hitler, en un
artículo poco conocido publicado en Foreign Affairs en abril
de 1934 fue desechando uno por uno todos los peligros aparentes que acechaban
a la República y a los socialistas: «No existe un ejército desmovilizado...
no existen cientos de universitarios sin futuro, no existen millones de
parados. No existe un Mussolini, ni siquiera un Hitler; no existen las
ambiciones imperialistas ni los sentimientos revanchistas... ¿A partir de qué
ingrediente podría obtenerse el fascismo español? No puedo imaginar la
receta»{91}.
En parecidos términos
se pronunciaría más tarde Largo Caballero cuando en un discurso ante la OIT y
con la presencia de varias representaciones de trabajadores de países
americanos pronunció estas palabras: «En España, afortunadamente, no hay
peligro a que se produzca ese nacionalismo exasperado, porque no existen las
causas que se dan en otros países. No hay Ejército desmovilizado y sin
trabajo, como ocurrió en ciertos países al concluir la guerra. No hay
millones de parados que oscilen entre la revolución social y el
ultranacionalismo... No hay nacionalismo expansivo, ni militarismo que sueñe
en colonias ni en guerras de conquista. No hay líderes nacionalistas.
Nosotros tuvimos ya una Dictadura, pero pasó para siempre a la historia y no
volverá»{92}. Dictadura con la que los
socialistas no tuvieron ningún problema en colaborar como hemos visto y
después de haber rechazado las proposiciones de los comunistas y
anarcosindicalistas para formar un frente común precisamente contra esa
Dictadura.
Juan Ramón Pérez las Clotas periodista asturiano, autor de varios
artículos donde toca el tema de la Revolución de Asturias, cuando el
periódico le pide su opinión a lo declarado por Bueno, dice:
«No resulta en absoluto gratuita la puntualización del profesor Bueno
sobre el carácter de «guerra civil preventiva» de la Revolución de Octubre.
La historiografía más solvente no duda ya en atribuir al golpe una dimensión
cuasi bélica que trasciende muy por encima de su concepto como movimiento
espontáneo de insurrección popular. Se trataba inequívocamente de un
levantamiento, perfectamente organizado y estructurado, mediante el que la
izquierda se prevenía de un posible golpe de la derecha, a imagen y semejanza
del dado por el canciller Dollfuss en Austria. Argumento, por otra parte,
cuya falacia va a quedar al descubierto cuando, tras los combates, el
Gobierno victorioso, respaldado mayoritariamente por los españoles,
desaprovecha tan magnífica ocasión para terminar de una vez con la República
constitucional, tal como sus adversarios presumían que haría. El acceso de la
Ceda al poder fue tan sólo un mero pretexto para el inicio de una acción
bélica que inicia de facto la guerra civil dos años antes del 36. Y su última
razón se inscribe únicamente en la mentalidad golpista del PSOE desde que
Largo Caballero se pone a su frente. Acierta, pues, el profesor Bueno en su
análisis como lo hace también al recordar el intento escasamente pacifista
del Partido Comunista de promover una segunda guerra civil con la entrada de
unidades guerrilleras por los Pirineos tras el final de la Guerra Mundial.»{93}
Compartimos este punto de vista de las Clotas en su totalidad. Cita a
Largo Caballero figura fundamental para entender mejor la Revolución de
Octubre del 34 que venía preparando desde que la izquierda perdió las
elecciones de 1933. No hay, pues, porqué repetir las cosas porque están muy
claras a pesar de que muchos se empeñen una y otra vez en acogerse a
argumentos que no se sostienen de pie por mucho que reiteradamente los
repitan hasta la saciedad. Es su arma de hoy y de siempre, la tergiversación
de los hechos, en resumidas cuentas, la mentira.
José María Laso
Prieto, comunista, escritor, admirador y alumno de Gustavo Bueno, quien le ha
prologado sus Memorias, no parece, en esta ocasión, estar de
acuerdo con su maestro, porque dice:
«Mi interpretación y la de la mayoría de los historiadores de izquierda
e, incluso, de alguno de centro es totalmente distinta. Estaban los
precedentes de Italia (1923), Alemania (1933) y Austria (1934), en los que el
fascismo se impuso por la vía legal. De ahí surgió el famosos eslogan «Antes
Viena que Berlín», porque en Viena los trabajadores se habían defendido,
mientras que en Alemania no había habido oposición al nazismo.
No había habido oposición a causa, entre otras razones, de la división entre socialistas y comunistas. En España, la Ceda, de José María Gil-Robles, se revestía también de formas neofascistas e incluso no había aceptado la II República, definiéndose como «accidentalista». En Covadonga se celebró la concentración de las Juventudes cedistas. En 1934 el PSOE había advertido de que, si se nombraban ministros pertenecientes a la CEDA, se interpretaría como una provocación por parte de la derecha y como un intento de establecer el fascismo por la vía legal, por lo que en tal caso, se advirtió, habría una huelga general. La hubo en toda España, aunque en Asturias lo que se produjo fue una insurrección armada por parte de milicias de obreros, fundamentalmente del PSOE, que organizó y asumió la responsabilidad política. En Asturias se logró la unidad de acción de socialistas, comunistas y anarquistas. Pero niego el concepto de «guerra preventiva». Podría interpretarse como una «insurrección preventiva» respecto a la implantación del fascismo por la vía legal, pero nadie ha utilizado ese término. Se le llamó Revolución de Asturias, pero tampoco se correspondió con el concepto y esquema clásico de las revoluciones. Fue una movilización de milicias armadas del PSOE para impedir la implantación del fascismo, aunque pudiera haber algún sector que creyera que estaba haciendo una revolución social. Pero su carácter fundamental no era ése. Indalecio Prieto se arrepintió e hizo una autocrítica en México porque el peligro fascista no era en aquel momento tan real como supusieron de buena fe. Terminológicamente, el concepto de «guerra preventiva», que es muy reciente, ni se aplicó durante los hechos ni puede ser contaminado por la estrategia de emergencia del presidente de EEUU, George Bush. El 34 no fue una guerra preventiva, sino una insurrección, aplicando el lema «Antes Viena que Berlín», y con pretensiones de revolución social. Los socialistas españoles prefirieron actuar como los socialistas austríacos, donde las organizaciones obreras se resistieron con las armas en la mano frente al Gobierno, antes de ser «cazados como conejos», como ocurrió en Alemania por parte de los nazis. Sólo cabe hablar de guerra cuando se enfrentan dos estados, salvo que sea una guerra civil. El 34 no fue ni lo uno ni lo otro. La guerra civil española no empezó en 1934. Esa es una falsedad notoria. La resistencia al intento de vaciar de contenido la República no se puede comparar con la sublevación franquista, que supuso un derrocamiento de la República como institución y como sistema político.»{94}
José María Laso emplea
el mismo discurso que hace toda la izquierda. En su caso parece una temeridad
decir que «el PSOE había advertido de que, si se nombraban ministros
pertenecientes a la CEDA, se interpretaría como una provocación...». Pero ¿quién
era el PSOE para lanzar esa amenaza? En primer lugar: está fuera de lugar esa
bravata en un régimen democrático como el que había en octubre de 1934, ya
que el presidente Alejandro Lerroux, encargado por el presidente de la
República Alcalá-Zamora de formar Gobierno, estaba en su perfecto derecho de
nombrar a los ministros que quisiera. En segundo lugar: ha quedado más que
demostrado que una revolución, o guerra preventiva, como fue aquella, no se
preparara en cuatro días sino que la misma venía, como ya se ha demostrado,
desde que la izquierda perdió las elecciones en noviembre de 1933. Por ello
sorprende enormemente que José María Laso Prieto utilice el argumento de los
ministros de la CEDA porque es al que suelen recurrir personas sin mayores
recursos históricos ni políticos. Por eso es conveniente, una vez más,
recordar que la «guerra preventiva» era algo que ya estaban preparando los
socialistas desde hacía mucho tiempo como muy bien nos recordaba el
catedrático Juan Avilés Farré en su libro ya citado y que Javier Tusell
califica de «modelo de monografía sobre la historia de un partido político»,
que añade a lo ya expuesto: «En tanto, el 27 de enero [1934], el Comité
Nacional de la U.G.T. aprobó un plan insurreccional. El 4 de febrero, Prieto
en un discurso detalló el programa revolucionario. A diferencia de Largo
Caballero, Prieto quería que los republicanos de izquierda se incorporaran al
movimiento»{95}.
José Ignacio Gracia
Noriega, escritor, ex afiliado al PSOE y discípulo también de Gustavo Bueno,
escribió en una ocasión un artículo titulado Polémicas republicanas{96}.
En el mismo, a la revolución del 34 la llama «preámbulo de 1936». A esto
último contestó José María Laso Prieto{97} exponiendo,
más o menos, los mismos argumentos que los expuestos anteriormente por Bueno.
Gracia Noriega le contesta en estos términos: «La sublevación de 1934 se
efectuó contra la República, aunque se hiciera para protegerla. Y después del
triunfo del Frente Popular en febrero de 1936, el PSOE poco apoyo le dio a la
República, dejándola gravemente desamparada»{98}.
Gracia Noriega, al contrario de Laso Prieto, dice que está completamente de
acuerdo con su maestro, y lo expone en estas pocas palabras:
«Estoy completamente de acuerdo con Gustavo Bueno. La explicación que se
dio reiteradamente de la Revolución del 34 fue que se hacía para evitar que
en España se estableciese un Gobierno de derecha más o menos duro, dado el
avance de nacionalsocialismo en Alemania». Por lo tanto, fue una guerra
preventiva. Esa fue la explicación que siempre dieron los socialistas. Por
eso no se entiende que los socialistas se molesten tanto con la «guerra
preventiva» cuando lo tienen dentro de su propia historia.»{99}
Indudablemente compartimos la opinión de Gracia Noriega y lo mismo que él
no se sabe porqué molesta tanto a los socialistas que se hable de «guerra
preventiva» cuando lo tienen dentro de su propia historia.
Pedro de Silva fue
presidente del Principado de Asturias con el PSOE. En la actualidad está
retirado de la política para dedicarse, según dicen, al cultivo de las
letras, pero de momento los logros obtenidos en el mundo de la novela, de la
poesía, de la narrativa, de las letras en general, no han sido nada
espectaculares. Posiblemente hayamos perdido un buen político y nos hemos
encontrado con un mal escritor algo que hace con frecuencia en un diario
ovetense en donde un día salió al paso de las palabras de Ana Botella cuando
la mujer de Aznar pidió a los socialistas «condenar el golpe al Gobierno
legítimamente constituido de la II República en 1934». De Silva escribió
entonces, de forma maniobrera: «Que un socialista de hoy pida perdón por la
Revolución de 1934, como exige Ana Botella, sería una ofensa a sus actores.
¿Quién es nadie para pedir perdón por Largo Caballero, o por González Peña o,
incluso, por Prieto (quien por cierto pidió perdón en 1942)?»{100}.
Claro, de Silva se olvida de la cantidad de veces que los socialistas están
reclamando que los demás pidan perdón, la Iglesia incluida, por muchas cosas
que otros han hecho a lo largo de la Historia. Pero volvamos a lo que Pedro
de Silva desde su punto de vista contestó al catedrático Gustavo Bueno:
«No entraré en si la idea de «guerra preventiva» es aplicable a la
Revolución de Octubre de 1934, como firma el profesor Bueno, pues se trata de
un mero juego, con intención provocadora (siempre estimulante, desde luego).
En realidad, todos los actos de nuestra vida individual y colectiva son
preventivos de algo, por lo que, para responder a la cuestión, deberíamos,
previa y preventivamente, asignar un significado al concepto «preventivo».
Por lo demás octubre de 1934 está sirviendo para una práctica de
«revisionismo histórico» sobre la guerra civil, o sea, una reescritura de la
Historia. El punto de vista de ese revisionismo incurre, a mi juicio, en un
doble error. Por un lado, «enjuicia» (pues su propósito es «judicial») los
sucesos de octubre fuera de su contexto, e incluso en el contexto de una
democracia como la de hoy. Por otro invierte el sentido de la Historia,
desescalándola e interpretándola de forma inversa, incluso desde un punto de
vista de las intenciones, en una pesquisa un tanto policiaca de
responsabilidades y responsables. Siguiendo este método la guerra civil sería
una «consecuencia» de la Revolución de Octubre (lo cual es evidente en la
pura secuencia temporal) y «por tanto» (he ahí el salto en el vacío) los que
protagonizaron ésta serían causa remota de la guerra, convirtiendo a Franco
en una mera causa próxima, casi en un ejecutor de un destino programado por
«Octubre» (o sea, por Largo Caballero y el PSOE). Es una tergiversación
ingeniosa, pero falaz. La secuencia más correcta sería que «Octubre» es una
consecuencia (en sentido histórico y en sentido causal) de la revolución de
1930, que dio lugar a la II República meses después. De hecho los mentores de
«Octubre» tratan al programar el asunto, de refundar la República, tras la
quiebra provocada por el acceso al poder de sus enemigos declarados y el
desmantelamiento sistemático de sus contenidos transformadores. Esa
«refundación» se intenta hacer, es cierto, sobre bases más radicales:
desmontaje de todo aparato militar represivo «reaccionario», radicalización
de la reforma agraria y plenitud del laicismo del Estado y la educación, que
son las tres líneas básicas del programa que el PSOE y la UGT aprueban en
enero de 1934, a propuesta de Indalecio Prieto. Por último, cabe señalar, en
esta reflexión un tanto acelerada, que «Octubre» se produce en el contexto de
un periodo internacional de crisis de las democracias (burguesas) por efecto
de una agudización de la lucha de clases, en la que amplios sectores de la
burguesía se refugian en el fascismo, y la mayor parte del movimiento obrero
en una estrategia revolucionaria, quedando barridos los moderados de centro derecha
y centro izquierda. Volviendo al principio, y puestos a jugar con el término
«preventivo», podríamos decir: el fascismo es preventivo (del bolchevismo),
la radicalización revolucionaria de los moderados es preventiva (del
fascismo), el Gobierno militar es preventivo (de la radicalización
revolucionaria), etcétera. Son, todos ellos, juegos posibles desde el actual
confort socialdemócrata, que, a su vez, es una acumulación de respuestas
preventivas a la irrupción revolucionaria. Dicho de otro modo (en el mismo
tono de juego): de no haber sido por los revolucionarios, la mayor parte de
sus críticos no hubiera accedido a la educación superior.»{101}
El escritor, como él
mismo dice ser, Pedro de Silva emplea la retórica para contestar a Bueno
consiguiendo aburrir al lector acudiendo a tópicos trasnochados. Habla de la
revolución de 1930 para confundir ya que ésta nada tuvo que ver con lo que
más tarde fue la de Octubre de 1934. En resumidas cuentas, Pedro de Silva no
logra desmontar lo dicho por Bueno. Si el final de su extenso párrafo quiere
decir, como efectivamente dice, que de no haber sido por los revolucionarios,
la mayor parte de sus críticos no hubieran accedido a la educación superior,
ya nos contará Pedro de Silva en qué Universidad iban a estudiar porque de
todos es sabido que esos revolucionarios lo primero que hicieron fue quemar
la Universidad de Oviedo, es decir, convertir en cenizas las piedras del
templo de la inteligencia ovetense. Por otro lado, está obsesionado con el
fascismo algo que no había en España en 1934 y menos en el 2003 porque este
mismo año escribe un ensayo en un diario ovetense, del que es habitual
colaborador, que termina con estas palabras: «...pero no conviene quitar
importancia a la glorificación de fascistas del pasado, reavivando su
recuerdo, sus valores, sus gestos»{102}.
Indudablemente para de Silva todos los que no piensan como él son fascistas.
Esto es algo muy viejo dentro del lenguaje de las izquierdas, sin embargo
esas izquierdas a las que pertenece de Silva no tuvieron ningún inconveniente
en colaborar con la Dictadura de Primo de Rivera como ya ha quedado
constancia, pero que conviene insistir. «Sería interesante hojear la
colección de El Socialista, día por día, desde el 14 de
septiembre de 1923 hasta el 29 de enero de 1929, y hacer un recuento de todos
los actos de propaganda realizados por los socialistas durante ese tiempo»,
escribe Joaquín Maurín{103}.
Por otra lado, de Silva, olvida el lenguaje utilizado por Largo Caballero:
«En la teoría, se mantiene que la clase trabajadora tiene que apoderarse
del Poder político. Esto no es una cosa inventada hoy; en el programa
socialista de hace muchísimos años está, como primer punto, la conquista del
poder político para la clase trabajadora. ¿Y para qué quiere ésta el Poder
político? Nuestros enemigos nos acusan de que, con el Poder político,
queremos establecer la dictadura del proletariado, no para reformar, sino
para transformar el régimen actual. Ya en otra ocasión manifesté que muchas
veces, sobre todo en nuestro país, que más se fija en las palabras que en su
sentido, se considera la conquista del Poder para implantar la dictadura del
proletariado como una aberración y una enfermedad. Incluso hay socialistas
que hablan en contra de todas las dictaduras, (Se oyen gritos de «¡Muera el
fascismo!»). Y nosotros, como socialistas marxistas, discípulos de Marx,
tenemos que decir que la sociedad capitalista no se puede transformar por
medio de la democracia capitalista. ¡Eso es imposible!
Esto es la diferencia que puede haber entre algunos camaradas y otros. Hay quien tiene todavía la esperanza de que el capitalismo va a ceder en su actuación y va a dejar el camino libre al socialismo marxista para la instauración de un nuevo régimen; y otros creemos, porque la historia así nos lo dice, que eso no es posible, que no hay ninguna clase que, voluntariamente, estando en el Poder, abandone ese Poder y se lo entregue a otra clase. Ese poder lo defenderá hasta última hora, y si se quiere conquistar, habrá que conquistarlo, no ya como dijo Marx sino incluso como decía nuestro querido maestro en España, Pablo Iglesias: revolucionariamente (Se oyen vivas a Pablo Iglesias).»{104}
Bernardo Díaz Nosty,
autor del libro La comuna asturiana, citado en páginas
anteriores, pretende, sin conseguirlo, desmontar el aparato ideológico que,
según su opinión, ha desvirtuado la integridad de unos hechos, en su propia
versión. Para él nació una leyenda negra al calor de los rumores de un
periodismo conservador y de la censura que amordazó las expresiones de la
izquierda. Sin embargo, después del tiempo transcurrido, esa izquierda sin
mordaza alguna no ha conseguido justificar lo que fue una «una guerra
preventiva» y si no les gusta este término dejémosle en una serie de actos de
barbarie que ocasionaron muchas muertes injustificadas y actos de vandalismo
cuyos ejemplos más notables ya se han señalado y no es cuestión de volver a
repetir. Nosty no está de acuerdo con el profesor Bueno ni con su punto de
vista sobre lo que el filósofo llamó «guerra preventiva» y para demostrarlo
aporta su criterio de lo que para él fue la Revolución de Asturias:
«No puedo coincidir con la afirmación del profesor Bueno, pero su opinión
debe llevarnos a descalificar su derecho a la discrepancia o, si llegara el
caso, a la extravagancia. Tan malo como el blanqueo de la Historia y la
pérdida de la memoria es su recreación caprichosa, que descontextualiza esta
o aquella escena de la secuencia cronológico y la coloca, según la
conveniencia del momento presente, junto al héroe o al villano. Un viejo
truco, frecuente en la retórica política, que, cuando toma visos de
prestidigitación académica, puede acabar en estafa intelectual. Es difícil,
si vamos al contexto, casar los tiempos del «burro dinamitero» con el de las
«bombas de racimo». Y si hablamos de prevenciones, nos perderíamos en seguida
con los caprichos de historia y terminaríamos convirtiendo a la preventiva
Santina en la primera Virgen xenófoba de la Historia... (Contextualicen:
entren en un buscador de Internet como Google y escriban los descriptores
Gustavo+Bueno+Guerra+Preventiva y tal vez entiendan mejor el sentido, el
sentimiento, el alcance actual de la rebeldía de nuestro pensador).»{105}
Díaz Nosty para contestar a Bueno ha echado mano de una prosopopeya muy
propia de quien no tiene argumentos suficientes para rebatir las exposiciones
que otros tienen en hechos muy determinados como en este caso ha sido el
punto de vista del filósofo cuando piensa que la Revolución del 34 fue una
guerra preventiva. El decir que la opinión de Bueno no debe llevarnos a
descalificar su derecho a la discrepancia o, si llegara el caso, a la
extravagancia me parece de una presunción de quien al parecer se cree que
está por encima del bien y del mal. Sus argumentos para desmontar lo dicho
por Bueno puede pensar el propio Díaz Nosty que son muy académicos, pero
desde luego lo que no son, son convincentes bajo ningún concepto.
El historiador Pío Moa es el último de los entrevistados y ésta es su
opinión sobre aquel suceso:
«Lo que ocurrió en octubre de 1934 –que se intentó en toda España, pero
que sólo se llevó a cabo en la cuenca minera asturiana– fue, en efecto, una
guerra civil, planificada como tal. Pero no se puede decir que tuviera
carácter preventivo –por temor a represalias–, sino que fue planificada con
carácter ofensivo con el fin de establecer un régimen de tipo soviético.
Posteriormente, en su propaganda dijeron que había sido una especie de acción
espontánea y defensiva ante el auge de la derecha. Creo haber demostrado que
los documentos del PSOE prueban que esa versión es falsa. De hecho, el sector
dominante en el PSOE se definió como bolchevique frente a Julián Besteiro,
que era el moderado y que fue arrumbado. Está claro que fue una guerra civil
y que el carácter preventivo fue una excusa «a posteriori» porque en realidad
su naturaleza era ofensiva. Los implicados no rectificaron luego y por ello
quedó en el país una atmósfera de guerra civil.»{106}
En la revista El
Catoblepas, nº 20, octubre de 2003, a estas contestaciones les
responde, a modo de reflexión, o de «criticar», como él mismo dice, Antonio
Sánchez Martínez, profesor de Instituto. Comienza con Taibo que dice estar en
la línea de Paul Preston y otros historiadores progres porque
para Sánchez Martínez decir que la CEDA era fascista es una simplificación
demasiado burda. Sigue Sánchez Martínez analizando lo dicho por Pérez las
Clotas, José María Laso, Gracia Noriega, Pedro de Silva, y Pío Moa.
Estos comentarios de
Antonio Sánchez Martínez sirvieron más tarde para que el periódico La
Nueva España, que venía haciendo un seguimiento a partir de que
Bueno llamara «guerra preventiva» a lo que fue la Revolución del 1934, se
hizo eco de los puntos de vista del profesor Sánchez Martínez. Así pues «la
polémica sigue abierta» termina diciendo el diario ovetense.{107}
De todas las maneras
tampoco hay que olvidar las palabras de Ramón Rubial. Éste llegó a decir
cosas así: «El día que se meta el escapelo a la historia de España y se
conozca la responsabilidad del Partido [Socialista] en el desencadenamiento
de la guerra civil, posiblemente tengamos un baldón de ignominia por no haber
sabido estar a la altura de las circunstancias...»{108}.
Esta opinión refuerza, sin ningún género de duda, la tesis de Gustavo Bueno
porque hay que tener en cuenta que no es de un socialista cualquiera, es de
un socialista que participó en la primera línea de la Revolución de Octubre
de 1934.
La guerra civil que
vino después, fue la guerra de las dos Españas, y esa guerra, aunque muchos
se empeñen en no reconocer, empezó con la Revolución de Octubre que sería la
«guerra preventiva» y «la introducción a la guerra civil, que estaba en
puertas. Toda esperanza de que la República constituyera un régimen de
convivencia y de paz quedó rota», escribe Antonio Garrigues Díaz-Cañabate{109},
quien también añade:
«Prieto fue encargado del anuncio revolucionario en las Cortes. Lo hizo
contra lo íntimo de su conciencia, pero pronunció estas palabras terribles:
«Decimos, señor Lerroux y señores diputados, desde aquí al país entero, que
públicamente contrae el Partido Socialista el compromiso de desencadenar en
ese caso –en caso de la CEDA al Poder– la revolución». Era el anuncio institucional,
por así decirlo, de las amenazas que se habían hecho antes de las elecciones.
Largo Caballero había dicho: «Aunque triunfemos en las elecciones, la lucha
persistirá hasta que triunfemos plenamente». Y el mismo Fernando de los Ríos,
de talante moderado, movido de la pasión del momento, llegó a decir en
Valladolid: «A vender el día diecinueve en las urnas, y, si somos derrotados,
a vencer el día veinte en las calles».
Estos testimonios se multiplicaron, porque fueron un vendaval. El periódico socialista Avance, de Asturias, se convirtió en un panfleto revolucionario en el estilo más radical y demagógico, pero no fue sólo el Partido Socialista. Azaña y Casares Quiroga dijeron que si el Gobierno tenía las instituciones, el Parlamento y la calle no los tendría nunca...»{110}
Así y todo, el
catedrático David Ruiz sigue empeñado en decirnos que de no haberse producido
la Guerra Civil de 1936, «tampoco Octubre de 1934 hubiera pasado de ser un conflicto
obrero más»{111}. Esta interpretación esta fuera
de lugar porque evidentemente no se puede considerar como un conflicto obrero
más, cuando hubo demasiadas muertes además de la desolación y destrucción de
la ciudad de Oviedo. Asimismo, Ruiz dice que «afirmar que la guerra civil
empieza en el 34 es una auténtica falacia destinada a oxigenar el franquismo
moribundo»{112}. Este catedrático no sabe lo que
dice porque entre los que muchos así opinaron están Sánchez-Albornoz y
Salvador de Madariaga que nada tuvieron que ver con el franquismo sino más
bien todo lo contrario.
Notas
{1} Diario La
Nueva España, Oviedo, 26-III-2009, pág. 33.
{2} El
total de fuerzas que participaron en la insurrección de la Revolución de
Asturias fue unos 60.000 hombres, según declaró Ramón González Peña –uno de
los cabecillas de la revolución– ante el consejo de guerra que lo juzgó el 15
de febrero de 1935.
{3} Fernando
Solano Palacio,La Revolución de Octubre. Quince días de Comunismo
Libertario. Fundación de Estudios Libertarios, Madrid, 1994, pág.
177.
{4} Juan
Antonio Cabezas,Morir en Oviedo. Editorial San Martín, Madrid
1984, pág. 71.
{5} N.
Molins i Fábrega,UHP La insurrección proletaria de Asturias. Ediciones
Júcar, Madrid, 1977, Pág. 57. Narcis Molins era militante del POUM (Partido
Obrero Unificado Marxista) y miembro de su Comité Ejecutivo.
{6} Gil
Nuño del Robledal,¿Por qué Oviedo se convirtió en Ciudad Mártir? Talleres
Tipográficos F. de la Presa, Oviedo, 1935, pág. 50.
{7} Diario El
Comercio, Gijón, 27-III-1936.
{8} Jaume
Alexandre,La insurrección de Octubre. Cataluña, Asturias, Baleares. Res
Publica Edicions, Sant Jordi (Eivissa), 1997, IX. Alexandre Jaume, según el
citado libro, fue fusilado en 1937.
{9} Diario La
Nueva España, Oviedo, 13-X-1984, pág. 9.
{10} El
punto 49 de las Instrucciones revolucionarias, decía: «Las casas cuarteles de
la Guardia Civil deben incendiarse si previamente no se entregan. Son
depósitos que conviene suprimir».
{11} Relato
de la última Guerra Civil por un testigo imparcial (así firma este anónimo
autor), Revolución en Asturias. Editorial Castro, Madrid,
1934, pág. 97 y ss.
{12} Luciano
González Egido,Agonizar en Salamanca Unamuno (julio-diciembre 1936). Alianza
Editorial, Madrid 1986, págs. 62 y 63.
{13} Diario La
Nueva España, Oviedo, 25-II-2001, pág. 16.
{14} Frank
Jellinek,La Guerra Civil en España. Ediciones Júcar, Madrid,
1977, pág. 149.
{15} Diario La
Voz de Asturias, 25-II-2001, pág. 44. Sin embargo, Gregorio
Peces-Barba a la llegada a Madrid de los restos de Largo Caballero el 6 de
abril de 1978, no tuvo ningún recato en declarar: «Fue un gran socialista,
que luchó por la clase trabajadora y por el socialismo». En ese momento
Peces-Barba se olvidaba de la Revolución de Octubre, es como si no hubiera
existido. Ver diario La Nueva España, Oviedo, 7-IV-1978,
pág. 5.
{16} El
historiador Tuñón de Laraen unas declaraciones al diario La Nueva
España,(2-XI-94, pág. 6) refiriéndose a la Revolución de Octubre admite
que la Unión Soviética tenía entonces una gran influencia sobre la izquierda
socialista, pero «especialmente en las Juventudes».
{17} Juan
García Oliver, dirigente anarcosindicalista nacido en Reus en 1908. Formó
junto con Buenaventura Durruti y Francisco Ascaso el grupo terrorista «Los
solidarios». Fue ministro de Justicia representando a la CNT-FAI en uno de
los Gobiernos presidido por Largo Caballero. Estaba exiliado en México cuando
le sorprendió la muerte en 1980.
{18} Juan
García Oliver, El eco de los pasos. Ruedo Ibérico. París,
1978, pág. 169.
{19} Coordinación
y edición Bernardo Díaz Nosty: 1906-1986 Ramón Rubial, un compromiso
con el socialismo. Egraf, Madrid 1986, pág. 19.
{20} Manuel
Portela Valladares, Memorias. Alianza Editorial, Madrid
1988, pág. 138.
{21} Adrian
Schubert, Hacia la revolución. Orígenes sociales del movimiento
obrero en Asturias, 1860-1934. Editorial Crítica, Barcelona 1984,
pág. 205.
{22} Diario La
Nueva España, Oviedo, 10-X-1984, pág. 11.
{23} Raymond
Carr, España 1808-1975. Editorial Ariel, Barcelona 1999,
pág. 605.
{24} Santiago
Carrillo, Memorias. Editorial Planeta, Barcelona 1994, pág.
97.
{25} Antonio
Ramos Oliveira, La Revolución española de octubre. Editorial
España, Madrid, 1935, pág. 109
{26} Cif., diario El
Carbayón, Oviedo, 16-II-1934.
{27} Julio
Aróstegui, La República: esperanzas y decepciones. Historia,
16. Guerra Civil, Madrid 1986, pág. 53
{28} Jesús
Pabón, Cambó. Editorial Alpha, Barcelona 1969. Tomo II, pág.
385
{29} Diario La
Voz de Asturias, Oviedo, 5-X-1984, pág. 7
{30} José
Maldonado González en el año 1936 fue elegido diputado a Cortes por Oviedo en
representación del partido Izquierda Republicana. Al estallar la Guerra Civil
prestó su apoyo a la causa gubernamental, si bien no ocupó cargo alguno en el
tiempo que duró la misma. En 1970 sería elegido presidente de la República en
el exilio después de haber sido en 1947 ministro de Justicia, también en el
exilio, durante el Gobierno Giral.
{31} Hoja
del Lunes, Oviedo, 15-X-1984, pág. 15
{32} Francisco
Largo Caballero, Escritos de la República. Edición, estudio
preliminar y notas de Santos Juliá. Editorial Pablo Iglesias, Madrid 1985, pág.
44
{33} F.
Aguado Sánchez, La revolución de octubre de 1934. Librería
Editorial San Martín, Madrid, 1972, pág. 21
{34} Josep
Pla, La Segunda República española. Ediciones Destino,
Barcelona 2006, pág. 1.189
{35} Copia
de este bando en Historia de la Cruzada española, Madrid 1940.
Vol. 2, t. 7, pág. 260
{36} N.
Molins i Fábrega, Op. cit., pág. 109
{37} Diario La
Voz de Asturias, Oviedo, 7-XI-1933, pág. 1
{38} Diario El
Carbayón, Oviedo, 5-XI-1933
{39} N.
Molins i Fábrega, Op. cit., pág. 131
{40} Indalecio
Prieto, Textos… Op. cit., pág. 288
{41} Juan
Simeón Vidarte, Op. cit., pág. 209
{42} Revolucionario
italiano que militó en las filas fascistas pasando más tarde a las
socialistas. Estaba exiliado en España cuando la Revolución de Octubre del 34
donde participó activamente.
{43} Juan
Simeón Vidarte, Op. cit., pág. 210
{44} Fernando
de los Ríos Urruti, catedrático de Derecho Político de la Universidad de
Madrid y diputado a Cortes por Granada. Fue ministro de Justicia, de
Instrucción Pública y Bellas Artes, en sendos gobiernos republicanos, y de
Asuntos Exteriores en uno de los gobiernos en el exilio. Autor, entre otros,
del libro Mi viaje a la Rusia soviética donde escribe la
famosa frase que contesta Lenin cuando aquél le habla de libertad y el
mandatario ruso le contesta: «¿Libertad para qué?».
{45} Manuel
Azaña, Memorias políticas y de guerra. La velada en Benicarló. Afrodisio
Aguado, Madrid 1981, tomo IV, pág. 156 y ss.
{46} Dolores
Ibárruri Pasionaria, Memorias. La lucha y la vida. Editorial
Planeta, Barcelona 1985, pág. 181
{47} Antonio
Ramos Oliveira, Op. cit., pág. 72
{48} Al
río revuelto que supuso esa Alianza, ganancia de aquellos que querían pescar
en esas aguas turbias porque el Comité Revolucionario anarquistas de la
localidad de Valdesoto (Siero) lanzó un manifiesto donde proclamaban el
comunismo libertario.
{49} Manuel
Villar, Op. cit., pág. 101
{50} Diario La
Voz de Asturias, Oviedo, 13-I-1934
{51} Josep
Pla, Op. cit., pág. 1162
{52} Diego
Martínez Barrio fue jefe de la minoría radical en el Congreso y se hizo cargo
de la jefatura del Gobierno para llevar a cabo las elecciones de 1933. En el
exilio fue nombrado presidente de la República en 1939 y 1945
{53} Diego
Martínez Barrio, Memorias. Editorial Planeta, Barcelona
1983, pág. 254
{54} Ibid.,
pág. 343
{55} Ibid., pág.
347
{56} García
Escudero recoge en este libro algunas de las frases que venía publicando El
Socialista con ánimo de insultar a sus adversarios políticos: «Reaccionarios,
trogloditas, inquisidores. Del cardenal Segura decían que eraabyecto,
ruin, mezcla de miseria fisiológica y moral». Y todo esto en los
años 1931 y 1932
{57} José
María García Escudero, El pensamiento de El Debate. BAC,
Madrid, 1983, pág., 137
{58} Gustavo
Bueno, El mito de la izquierda. Ediciones B, Barcelona 2003,
pág. 260
{59} Cif., Javier
Zamora Bonilla, Ortega y Gasset. Plaza & Janés,
Barcelona, 2002, pág. 356
{60} Francisco
Largo Caballero, Discursos a los trabajadores. Fontamara,
Barcelona 1979, págs. 140 y 141
{61} Bartolomé
Bennasar, Franco. Editorial Edad, Madrid 1996, pág. 76
{62} Paul
Preston, Franco. Caudillo de España. Ediciones Grijalbo,
Barcelona 1994, pág. 134
{63} Diario El
Comercio, Gijón, 1-VIII-1934
{64} Archivo
José María Serrano. Biblioteca Pérez de Ayala de Oviedo, caja VIII, C-55
{65} Diario El
Debate, Madrid, 2-VIII-1934
{66} Adrian Schubert, Op. cit., págs.
194 y 195
{67} José
Rodríguez y Díaz de Lecea militar de Infantería que más tarde se pasaría al
ejército del Aire. Al crearse, por decreto en 1935, la Jefatura de Aviación
Civil fue nombrado primer titular cuando era comandante. En 1957 fue
ascendido a teniente general y poco después desempeñó el Ministerio del Aire.
{68} Felipe
Díaz Sandino, De la Conspiración a la Revolución 1929-1937.Libertarias/Prodhufi,
Madrid 1990, págs. 94 y 95
{69} Pío
Moa, Los orígenes de la Guerra Civil Española. Ediciones
Encuentro, Madrid, 1999, pág. 120
{70} N.
Molins i Fábrega, Op. cit., págs. 116 y 117
{71} Rafael
Salazar Alonso, Bajo el signo de la revolución. Roberto de
San Martín, Madrid 1935, pág. 238
{72} Diario El
Carbayón, Oviedo, 28-VI-1934
{73} Diario El
Noroeste, Gijón, 28-06-1934
{74} VV.AA.: Octubre
1934. Siglo XXI de España Editores, Madrid, 1985, pág. 238
{75} Diario Avance, Oviedo,
21-IV-34. Cif. Roser Calaf Masachs, Revolución del
34 en Asturias. Fundación José Barreiro, Oviedo, 1984, pág. 57
{76} Tomás
Meabe –llamado también poeta del socialismo español–,
anteriormente había militado en el nacionalismo vasco figurando, junto con
sus hermanos José y Santiago, en el círculo íntimo de Sabino Arana. Dirigió
el semanario Adelante de Eibar y colaboró en el también
semanario La Lucha de Clases.
{77} Indalecio
Prieto, Textos… Op. cit., pág. 214
{78} Marta
Bizcarrondo, Araquistain..., Op. cit., pág. 188
{79} Rafael
Salazar Alonso, Op. cit., pág. 337
{80} Ibid.,
pág. 337.
{81} Ibid., págs,
337 y 338.
{82} Diario
de Sesiones de las Cortes, nº 117, 7 de noviembre de 1934, pág. 22. Cif.,J.
A. Sánchez y G. Saúco: Op. cit., pág. 47.
{83} Ramón
González Peña (1882-1952) conocido también por el «generalísimo» fue
condenado a muerte por su participación en la Revolución de Octubre e
indultado por el Gobierno presidido por Alejandro Lerroux el 29 de marzo de
1935.
{84} Diario Región, Oviedo,
28-II-1936, pág. 7.
{85} Diario Avance, Oviedo,
4-II-1934.
{86} Diario Avance, Oviedo,
5-IX-1934. Por su parte, «Peña esperaba ya la arribada, una semana después,
del vapor Turquesa cargado de armas, aunque,
teóricamente, destinadas a Madrid».Cif., Díaz Nosty: Op.
cit., pág. 126
{87} Francisco
Largo Caballero, Mis recuerdos. Ediciones Unidas. México,
1976, pág. 148
{88} Ibid.,
27-IV-2003, pág. 58
{89} Ibid., Ibid., Ibid.
{90} Ibid.,
18-V-2003 (páginas especiales, 12 y 13).
{91} Luis Araquistain, Foreign Affairs, abril
1934, pág., 461. Citado por Edward Malefakis en Reforma agraria y revolución
campesina en la España del siglo XX.Editorial Ariel, Barcelona 1982,
págs. 381 y 382
{92} El
Socialista, Madrid, 24-06-1934. Cif., Andrés de
Blas Guerrero, El socialismo radical en la II República. Tucar
Ediciones. Madrid 1978, pág. 118
{93} Diario La
Nueva España, Oviedo, 18-V-03 (páginas especiales 12 y 13).
{94} Ibid. Ibid., Ibid.
{95} Juan
Avilés Farré, Op. cit., pág. 231
{96} Diario La
Nueva España, Oviedo, 19-IV-2001, pág. 29
{97} Ibid., 25-IV-2001,
pág. 74
{98} Ibid., 30-IV-2001,
pág. 84
{99} Ibid., 18-V-2003
(páginas especiales 12 y 13).
{100} Ibid., 18-X-2007,
pág. 26
{101} Ibid. Ibid., Ibid.
{102} Ibid, 9-XII-2003,
pág., 20.
{103} Cif., Andrés
de Blas Guerrero, El socialismo radical en la II República. Tucar
Ediciones, Madrid 1978, pág., 11
{104} Francisco
Largo Caballero, Discursos en la campaña de las elecciones del 16 de
febrero de 1936 que dieron el triunfo al Frente Popular. Juventud socialista.
Deportiva y cultural, págs. 43 y 44
{105} Diario La
Nueva España, Oviedo, 18-V-2003 (páginas especiales 12 y 13)
{106} Ibid. Ibid., Ibid.
{107} Diario La
Nueva España, Oviedo, 7-XII-2003, pág., 50.
{108} Bernardo
Díaz Nosty, Ramón Rubial, un compromiso con el socialismo.Edición
de Díaz Nosty, Madrid, 1986, pág. 22.
{109} Diario Abc, Madrid,
13-XII-1981, pág. 3.
{110} Ibid., 15-XII-1981,
pág. 3
{111} Diario La
Nueva España, Oviedo, 26-IX-2004, pág. 38
{112} Ibid.,
pág, 38
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La Revolución de Asturias José María García de Tuñón Aza
Posted on 2:04 by Librepensador Acrata
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