La lucha por la unidad obrera en la revolución del 34



1934. Nuestra Comuna




UHP.  La lucha por  la unidad obrera en la revolución del  34*
Miguel Romero


Octubre del 34 fue más una revolución abortada que derrotada. Las causas del fracaso estuvieron más en las debilidades y los errores de la izquierda, que en la habilidad o fortaleza de la burguesía española. Sólo en Asturias los trabajadores pudieron poner en marcha el proyecto insurreccional que había madurado en sus conciencias desde finales de 1933. Y Asturias pudo comenzar, pero no podía ganar sola la revolución. El grito de Asturias, “Uníos, hermanos proletarios” (UHP), no se hizo realidad fuera de la Comuna asturiana. ¿Por qué?
La respuesta hay que buscarla, en primer lugar, en las diversas estrategias que desarrollaron los partidos y organizaciones obreras, confrontados a la prueba de la práctica en su nivel más elevado: la lucha por el poder. Este artículo va a tra- tar del problema estratégico más importante de Octubre: la lucha por la unidad obrera. Respecto a él aparecerán otros temas, pero nos centraremos en estudiar qué significó en la práctica “UHP” para la izquierdas españolas de la época.

Los  orígenes de las Alianzas Obreras
Son conocidas las condiciones exteriores e interiores que hicieron avanzar rápi-
damente la voluntad unitaria de la mayoría de los trabajadores desde 1933: ascen- so del fascismo en Europa; contraofensiva de la derecha y peso creciente de su ala más reaccionaria, la CEDA, que se confirmaría en las elecciones de noviem- bre de 1933; comprensión de la necesidad de superar la grave división existente en el movimiento obrero (desde comienzos de 1932 se habla agudizado el enfren- tamiento entre las dos grandes organizaciones obreras de masas, UGT y CNT, cada una con más de un millón de afiliados, en un país de 23,5 millones de habi- tantes y cuatro millones de trabajadores asalariados). En plena crisis económica, UGT mantenía una línea de apoyo al gobierno republicano-socialista, en especial

*[Este artículo fue publicado en Inprecor nº 40. Noviembre de
1984. El texto se reproduce con algunas correcciones de edición].


a la política de Largo Caballero desde el Ministerio de Trabajo. La CNT, a partir del fracaso de la insurrección del Baix Llobregat en enero de 1932, y de la terri- ble represión que le siguió, había pasado a una posición de enfrentamiento fron- tal con el gobierno. Esta radical división política entre los dos grandes sindicatos estaba acompañada de una división territorial: en las zonas de hegemonía CNT, las fuerzas de la UGT eran débiles, y otro tanto ocurría a la inversa: la única excepción significativa era precisamente Asturias.
Para agravar más aún el problema, la toma de control de la CNT por la FAl iba a provocar, a lo largo de 1932, una cadena de expulsiones de las federaciones influidas por el BOC y de los “trentistas”, opuestos al curso insurreccionalista de la dirección. En fin, el PCE realizaba una política perfectamente consciente e irresponsable de escisión sindical, que había desarrollado un fuerte sentimiento anticomunista en sus “víctimas”, las bases de UGT y CNT: a mediados de 1932, el PCE constituyó “su” sindicato, al que llamó “unitario”, con el cinismo habitual en estos casos; la CGTU contaba con unos 100.000 afiliados.
Este gravísimo problema de división sindical no encontraba respuesta en los partidos políticos de izquierda, por otra parte mucho más débiles que los grandes sindicatos (en cifras aproximadas, que intentan ser realistas, se puede estimar así el número de afiliados de los distintos partidos, incluyendo a la FAI, a finales de
1933: PSOE, 75.000; PC, 3.000; FAI, 5.000; BOC, 3.000; ICE, 800) /1.

El BOC, una organización relativamente fuerte en Catalunya, pero prácticamen- te inexistente fuera de ella, iba a demostrar la inteligencia táctica y la capacidad de iniciativa para hacer avanzar la unidad en la práctica. El punto de partida fue un problema concreto: el paro, que afectaba a cerca de 500.000 trabajadores, entre los cuales más de 34.000 en Barcelona, donde además, la cifra se había duplicado en dos años. La CNT no planteaba una política decidida de lucha con- tra el paro y los intentos del BOC de crear sus propias organizaciones de parados tampoco funcionaban.
El BOC pasó entonces a plantear el problema con un enfoque unitario. En febrero de 1933 se realizó en Barcelona la Conferencia Obrera contra el Paro forzoso. No reunía ni lejanamente a todas las organizaciones obreras: UGT, CNT y PCE no participaron en ella. No aprobó un programa muy ambicioso: reducción de jornada, aumento de subsidios para los parados y seguro de paro. Pero presionando sobre el gobierno de la Generalitat, consiguió que éste creara un Instituto contra el Paro Forzoso, dotado con 67,5 millones de pesetas anuales para obras públicas. Este primer éxito fue entendido por muchos trabajadores como un ejemplo de la utilidad de la lucha obrera unitaria, por modesto que fuera su punto de partida.


1/ Para los datos se han tenido en cuenta, además de otros libros que figuran en estas notas, Pagès, P. (1977) El movimiento trotskista en España. Barcelona: Editorial Península. Estruch, J. (1978) Historia del PCE (1). Barcelona: Viejo Topo. Hermet, G. (1971) Los comunistas en España. Paris: Ruedo Ibérico.


En los meses posteriores, se hicieron experiencias importantes y victoriosas de “frente único sindical” en los sectores de “luz y fuerza” y empleados de comer- cio. La experiencia unitaria progresaba y el BOC trató de darle una expresión electoral, formando una candidatura unitaria con la minúscula Federación Catalana del PSOE, para las elecciones de noviembre del 33; el resultado fue malo (18.000 votos, es decir menos de los obtenidos por el BOC por sí solo en las elecciones constituyentes).
Pero la victoria de las derechas y las amenazas inmediatas que se derivaban de ellas iban a dar el empujón definitivo al nacimiento de la primera Alianza Obrera: en diciembre de 1933 se constituyó la Alianza Obrera de Catalunya como una organización “antifascista” de carácter defensivo, compuesta exclusivamente por organizaciones obreras y el sindicato campesino Unió de Rabassaires, con la auto-exclusión de CNT y PCE. El BOC había así conseguido realizar el papel que correspondía a un partido revolucionario minoritario en aquella situación: com- prender la fuerza de las aspiraciones unitarias de las masas; responder a ellas con una iniciativa concreta que permitía su cristalización (la Conferencia contra el Paro); volcar todas sus fuerzas militantes en la extensión práctica de la experien- cia: los “frentes únicos sindicales”; una vez conseguida la relación de fuerzas suficiente, darle forma organizada como Alianza Obrera.
El resultado fue una experiencia ejemplar y generalizable. De hecho, en las semanas posteriores irán surgiendo otras Alianzas en distintas ciudades del país de forma prácticamente espontánea.
Pero la realización plena de la Alianza Obrera exigía buscar la incorporación de las dos grandes corrientes de masas a escala de Estado: los socialistas y la CNT.

Asturias fue  la excepción
En febrero del 34, un manifiesto del Comité Nacional de la CNT exponía con el
lenguaje mesiánico tradicional de la FAI, su oposición frontal a la Alianza Obrera: “Repetimos, habida cuenta de las lecciones tomadas, la CNT no pacta- rá con nadie que amase propósitos inconfesables. Respondiendo intensamente a sus postulados de progreso, de libertad y amor humano, ha demostrado que su revolucionarismo es de pura savia; que allá donde alguien quiso elevar al pue- blo moral, económica y libertariamente, la CNT fue constantemente a la van- guardia, sin que a nadie subsignase programas exclusivistas” /2.
La autoafirmación, realmente “exclusivista”, era la respuesta defensiva de la dirección confederal a la presión unitaria y al fracaso de la insurrección de diciem- bre de 1933, que había hecho entrar en crisis la estrategia aventurera de la FAI.
Pero ya se oían otras voces dentro de la confederación: la regional de Asturias, León y Palencia (unos 25.000 afiliados) se dirigía a sus camaradas el 13 de Marzo afirmando: “La realidad, la experiencia amarga de los movimientos de enero, mayo y diciembre del 33, nos enseña que la CNT por sí sola no es suficiente para

2/ Bizcarrondo, M. (1977) Octubre del 34: Reflexiones sobre una revolución. Madrid: Editorial Ayuso. pág. 32.



“En Asturias la realización efectiva del ‘frente único’ permitió establecer un verdadero poder local, en el cual
pudieron coexistir sin grandes problemas, concepciones aparentemente antagónicas sobre
el ‘modelo de sociedad".
triunfar de (sic) un movimiento revolucionario, que es preciso que en él cooperen todas las fuer- zas obreras organizadas hispanas, el pueblo entero, como lo atestigua el movimiento último, en el que se han puesto en juego todos los ele- mentos de combate, obteniendo resultados catastróficos” /3.
En el mismo sentido, uno de los delegados de la AIT ante la CNT, Valeriana Orobón Fernández, afirmaba en aquellos días: “La conjunción del proletariado español es un imperativo insoslaya- ble si se quiere derrotar a la reacción. Situarse de buena o mala fe frente a la alianza revoluciona- ria obrera es situarse frente a la revolución” /4.

A finales de marzo, CNT y UGT constituían la

Alianza Obrera de Asturias que es el modelo que va a servir de referencia al movi- miento obrero desde entonces: unidad obrera sobre una base de Independencia de clase (“aquellas organizaciones que tuvieran relaciones orgánicas con partidos burgueses las romperán automáticamente”); programa ofensivo (“conseguir el triunfo de la revolución social en España, estableciendo un régimen de igualdad económica, política y social, fundado sobre principios socialistas y federalistas”); objetivo de constitución de un Comité Nacional (“que será el único que autoriza- damente podrá ordenar al que quede en Oviedo los movimientos a emprender en relación con el general en toda España”) /5.
La Alianza Obrera asturiana podía servir de base a una política unitaria hacia el conjunto de la CNT y, de hecho, tuvo un impacto cierto y creciente en las bases cenetistas, pese a la oposición de los órganos dirigentes confederales, cuyo sec- tarismo tiene una grave responsabilidad en el fracaso de Octubre. Pero es inevi- table preguntarse qué hubiera ocurrido en la Conferencia Nacional de la CNT convocada para el 20 de Octubre, en la que iba a discutirse una vez más sobre la Alianza Obrera, en condiciones de creciente presión unitaria de la base cenetista. La insurrección llegó antes, pero no era inevitable que lo hiciera. La absurda orientación del PSOE, según la cual la insurrección era la respuesta automática a la entrada de los ministros de la CEDA en el gobierno, dejó la iniciativa en manos de éste. La posibilidad de incorporar a la CNT a la Alianza era una razón más que suficiente para reconsiderar la fecha de la insurrección, desde un punto de vista responsable y revolucionario. Pero éste no era, desde luego, el punto de vista de la dirección del PSOE.

3/ Bizcarrondo, M. (1977), op. cit. pág. 35.
4/ Alba, V. (1977) La Alianza Obrera. Madrid: Ediciones Júcar, pág. 194.
5/ Ver los documentos que publicamos en este número. [Una edición en pdf de Inprecor nº 40 estará accesible en nuestra web].


La instrumentalización de las Alianzas por  el PSOE En un principio, la Alianza Obrera obtuvo una buena acogida en la dirección del PSOE, controlada por el bloque Largo Caballero-Prieto. Desde mediados de
1933, el discurso dominante de los socialistas era el de su “ala izquierda” que, tras las elecciones de noviembre, pasó a plantear abiertamente el agotamiento de la vía parlamentaria y la necesidad de luchar por “la dictadura del proletariado”. En febrero de 1934, Largo Caballero escribía a Maurín: “… como las derechas para sostenerse necesitan su dictadura, la clase trabajadora, una vez logrado el poder, ha de implantar también su dictadura, la dictadura del proletariado. La hora de los choques decisivos se va acercando. El movimiento obrero debe pre- pararse para la revolución” /6. Es normal que un lenguaje de este calibre en boca de uno de los baluartes de la política de reformas moderadas del primer bie- nio republicano, y dirigente clave del PSOE y la UGT en aquellos momentos, despertara ilusiones en el movimiento obrero, incluso entre los revolucionarios. Pero la amarga experiencia iba a demostrar que las palabras revolucionarias se superponían con una continuidad socialdemócrata en aspectos esenciales. La posición práctica ante las Alianzas es la mejor prueba.
Para incorporarse a ellas, el PSOE puso dos condiciones e incumplió un com- promiso que iban a lastrarlas decisivamente.
Las dos condiciones fueron: -que las Alianzas no tuvieran organizaciones de base, limitándose estrictamente a un frente de representantes de partidos y orga- nizaciones; -que su función política se limitara a las tareas insurreccionales, sin ninguna participación en las luchas cotidianas de los trabajadores. Estas condicio- nes se justificaban con argumentos “radicales”: Largo Caballero decía que las Alianzas no debían luchar por “las reivindicaciones del momento”, ya que “ten- drían una función histórica trascendentalísima, tanto al menos como la que desempeñaron otros organismos en otro país” /7, transparente alusión a los soviets y demostración, no menos transparente, de la deficiente información del dirigente socialista sobre el papel real de los soviets en la preparación de Octubre de 1917.Pero en realidad, estas condiciones servían a objetivos más a ras de tie- rra: evitar que la base socialista pudiera sufrir el “contagio” de los militantes de otras organizaciones y asegurarse el control, y la instrumentalización, de las Alianzas por el PSOE. Estos objetivos de aparato explican además por qué los socialistas sólo tuvieron interés real en el desarrollo de las Alianzas en las locali- dades en que eran débiles; en las demás, especialmente en Madrid, se limitaron a una presencia formal.
En cuanto al compromiso incumplido fue la constitución de la Alianza Obrera Nacional, petición expresa de la Alianza asturiana e instrumento necesario para un proyecto insurreccional coherente. Este incumplimiento se explica por razo-


6/ Bizcarrondo, M. (1977), op. cit. pág. 27.
7/ Juliá, S. (1979) Orígenes del Frente Popular en España (1934-1936) Madrid: Siglo XXI de España
Editores. pág. 22.


nes similares a las planteadas anteriormente: el PSOE quería tener el control absoluto y exclusivo del proyecto insurreccional, en buena lógica con su concep- ción de la insurrección, más como un “golpe de Estado republicano”, que como un levantamiento armado de masas /8.

Las consecuencias de esta política, sólo formalmente unitaria, fueron desastro- sas para la revolución y constituyeron un grave obstáculo para la tarea central de atraerse a la CNT a la Alianza. No es extraño que las Alianzas Obreras constitu- yeran, en estas condiciones, sólo un breve episodio en la política del PSOE y que fueran abandonadas inmediatamente después de octubre. Respondiendo a una carta de la UGT de Málaga, Largo Caballero escribía en abril del 35, “la UGT no tiene nada que ver con los trabajos que en ésa puedan realizar las Alianzas Obreras, toda vez que nosotros sólo estamos en contacto con nuestras secciones y Federaciones (...). Ello quiere decir que nuestros compañeros en esas y en las demás localidades de España deben realizar la propaganda necesaria dentro de los Sindicatos para llevarlos por el camino que a nuestras táctica conviene” /9. Véase lo que queda de aquella “trascendentalísima función”...

Para terminar, es interesante considerar otro aspecto de la política socialista en

1934, relacionado con el anterior: el carácter “secreto” del programa de la insu- rrección. Recordando aquellos acontecimientos, Largo Caballero hizo tiempo después una afirmación sorprendente: “la experiencia nos había demostrado la inutilidad de los programas en estos casos” /10. Francamente, es difícil saber a qué clase de “experiencia” se refiere Caballero, él mismo no particularmente experto en insurrecciones, como demostró la práctica. Pero además, hubo un pro- grama, pactado entre Prieto y él, que sólo se dio a conocer en enero de 1936, el cual, como dice Tuñón, “no afectaba al sistema capitalista ni a la economía de libre mercado, ni al sistema democrático parlamentario” /11.

¿Cuál es la explicación de este fraude? La que nos parece más razonable es que la función del programa para la dirección socialista fue exclusivamente sellar el compromiso interno entre Largo Caballero y Prieto y, más precisamente, garan- tizar a éste que, si la insurrección triunfaba, se guardaría el “ izquierdismo” bajo siete llaves y se volvería a poner en marcha la experiencia reformadora del pri- mer bienio. Y la razón de ocultar el programa fue que su publicación hubiera demostrado la falsedad del radicalismo verbal de Caballero: en efecto, el progra- ma no solamente está en las antípodas de la “ dictadura del proletariado” o del programa de la Alianza Obrera asturiana, sino que además estaba en contradic- ción con la línea editorial que desarrollaba El Socialista: por poner un solo ejem- plo, el órgano oficial socialista decía en julio: “La república se muere de una

8/ Ver Combate nº 356.
9/ Molíns i Fábrega, N. (1978) UHP: la insurrección proletaria de Asturias. Madrid: Ediciones Júcar, pág 224. También puede consultarse Molina, R. (1978) La polémica Maurín-Carrillo. Problemas de la unificación revolu- cionaria. Barcelona: José J. Olañeta.
10/ Díaz Nosty, B. (1974) La Comuna de Asturias. Madrid: ZYX. pág. 154.
11/ Tuñón de Lara, M. (1976) La II República (Vol. 1). Madrid: Siglo XXI de España Editores. págs. 78-79.


enfermedad contagiosa. De suciedad (...) Y en este trance, ¿qué decir?, ¿qué hacer? Nosotros decimos esto: que se muera. Y hacemos esto otro: prepararnos para la nueva conquista” /12; pero lo que hacia realmente la dirección era pre- pararse para un “golpe de fuerza” cuyo programa respetaba estrictamente la Constitución republicana de 1931.
Lo que demuestra la experiencia –incluyendo la experiencia de 1934- es que la lucha por el poder necesita un programa revolucionario, es decir, un conjunto coherente de tareas asumidas por una amplia vanguardia y que puedan traducir- se entre las masas trabajadoras en los objetivos concretos que las lleven a luchar por destruir el viejo poder y construir el poder revolucionario. En la situación concreta de 1934, un programa así era la condición para desarrollar una política de alianzas dentro de la clase obrera y con el campesinado y la pequeña burgue- sía nacionalista. La “ausencia” de programa sirvió solamente para que el PSOE pudiera hacer la política de Prieto, con el lenguaje de Largo Caballero.

Los  virajes del  PCE

La historia oficial del PCE le presenta como el único partido que desarrolló una coherente política unitaria desde 1933, en la que sólo aparecen ‘errores tácticos’ de importancia secundaria. Además, historiadores respetables presentan normal- mente la línea del PCE como una expresión de “la política de Frente Único de la Internacional Comunista”. No estamos de acuerdo con ninguna de estas dos posi- ciones. Empecemos por la primera. La entrada en funciones del equipo de José Díaz y Jesús Hernández al frente del PCE, impuesta por la III Internacional en octubre del 32, sólo supuso un cambio parcial de la línea ultrasectaria (desarro- llada hasta entonces por el “depurado” ex-secretario general, José Bullejos).

En julio de 1934, cuando ya se hablan desarrollado las Alianzas, el PCE envió una “carta abierta” al PSOE, proponiéndole un “frente único antifascista”, con un programa de siete puntos que incluía desde la lucha por la libertad del dirigente comunista alemán Thaelman, encarcelado por Hitler, hasta la defensa de la URSS, la semana de trabajo de 44 horas, la liberación nacional y social de Catalunya, Euskadi y Galicia, etc, etc. /13. La carta no incluía una sola referencia a las Alianzas, pero por aquellas fechas la dirección del PCE decía también, por ejem- plo, “la AO está integrada por el Partido Socialista y la UGT (...) y unos grupitos diminutos de renegados del comunismo (...) ella ha surgido en el momento que los obreros socialistas y comunistas, bajo el fuego de la grandiosa campaña de fren- te único llevado por el Partido Comunista, tomaban acuerdos y realizaban las luchas en común. La creación de estas Alianzas fue un obstáculo que se interpu- so a la fraternización creciente de los obreros de distintas ideologías” /14.

Hernández era todavía más explicito y respondía al a la propuesta del PSOE de que entraran en la Alianza: “… plantearnos como condición previa e indispensa-

12/ Juliá, S. (1979). op. cit. pág. 6.

13/ Juliá, S. (1979). op. cit. pág. 175.


ble (para el frente único) el ingreso en la Alianza Obrera es lo mismo que pedir- nos que reneguemos de lo que para nosotros, partido de la revolución, es la médula de nuestra lucha y nuestra existencia” /15. Esta línea se mantendría hasta el 12 de septiembre de 1934.

Esta política sectaria de “frente único” se corresponde con las resoluciones del VI Congreso de la III Internacional realizado en septiembre de 1928 /16, que codificó la desastrosa línea ultraizquierdista, entre cuyos peores resultados está la derrota del proletariado alemán frente a Hitler. Pero las tesis de este VI Congreso constituyen una revisión radical de la línea de frente único elaborada por la Internacional en sus III y IV Congreso, entre 1921 y 1922 que es la única que merece el nombre de “comunista” /17. Lo que hacía el PCE en 1934 con su línea de “cartas abiertas”, programas abstractos y absurdos, éxitos imaginarios de los que se burlaba cualquier obrero consciente, denuncias de los partidos revolucio- narios y propuestas de fantasmales “frentes únicos por la base”, era oponer al camino real de unidad que los trabajadores estaban construyendo, un modelo de unidad inexistente, presentado además en forma de ultimátum. La función de las propuestas unitarias del PCE de la época era realmente que fueran rechazadas por sus teóricos destinatarios, para poder así pasar a la ‘segunda fase’ de este pinto- resco “frente único”: la denuncia del “divisionismo’’ de todos los que no estaban de acuerdo con el PCE, es decir, el conjunto de la izquierda del país. Esta políti- ca es, punto a punto, exactamente lo contrario de la política “leninista”, si puede decirse así, de “frente único” en cuya base está conseguir experiencias unitarias de masas reales y prácticas, por medio de acuerdos sobre tareas actuales y con- cretas con las demás fuerzas obreras, en la dirección y en la base.

El giro de septiembre en la política del PCE trató de encubrir los errores de la etapa anterior. Así el informe de José Díaz al Comité Central afirmaba: “somos el único partido de la revolución que tiene una táctica y una orientación revolu- cionaria sostenida consecuentemente”. Díaz mantenía también las principales críticas concretas que el PCE habla hecho a las Alianzas en el periodo anterior para justificar su no participación en éstas. Alguna de estas críticas tenían muy poca base; por ejemplo, la ausencia de organizaciones campesinas en las Alianzas lo cual era falso para la Alianza de Catalunya, en la que participó hasta el último momento la Unió de Rabassaires y era relativamente secundario en el caso de Asturias. Otras críticas estaban bien orientadas. por ejemplo, la necesidad de que las direcciones de las Alianzas fueran elegidas por la base, pero hay que tener en cuenta que nada impedía defender esta posición desde dentro y que, además, una vez en ellas, el PCE no hizo el menor esfuerzo por realizar este objetivo, ni siquiera en las comarcas asturianas que llegó a controlar.


15/ Juliá, S. (1979). op. cit. pág. 21.

16/ (1977). VI Congreso de la Internacional Comunista. México: Cuadernos de Pasado y Presente.

17/ (1978) Los cuatro primeros Congresos de la Internacional Comunista (2) México: Cuadernos de Pasado y
Presente.


Lo que permitió al PCE recuperarse sobre la marcha de sus errores anteriores, fue tener una implantación significativa en el único lugar en que se realizó la insurrección: Asturias. Desde el 4 de Octubre, los militantes del PCE asturiano, cuya combatividad y espíritu militante no pueden ponerse en duda, se vieron confrontados a una situación en la cual los valores políticos mas importantes eran la voluntad de resistencia, la capacidad de organización, la disciplina... valores de los que el PCE estaba bien dotado. Esto les permitió conectar con un estado de espíritu de muchos jóvenes trabajadores asturianos, que podemos resumir en las palabras que Molins i Fábrega pone en boca de uno de ellos: “¡Qué tantos escrúpulos!, dijo uno de los miembros del comité, ya estoy harto de discutir. Si han llegado tropas a Oviedo, menos motivo todavía para huir. Un buen revolucionario queda allá y se hace matar. -¡Hecho!, saltó el más joven de los hermanos. ¿No váis allí? Pues dejad que el padre, la madre y los hermanos se queden aquí o vayan hacia N., y nosotros vendremos con vosotros. Si tene- mos que morir, moriremos todos. En definitiva, tanto da. La revolución ha sido vencida, nosotros hemos luchado aquí todos estos días y el resto de España no ha hecho nada. Vamos a Oviedo a morir. Los de allá habrán de pasar por la ver- güenza de habernos dejado solos. Para morir de vergüenza por la derrota, más vale morir de un tiro” /18.

Pero ni la experiencia asturiana sirvió al PCE para seguir posteriormente una política unitaria clasista. Sin solución de continuidad, pasó después de Octubre de la defensa propagandística de las Alianzas a la realización práctica del Frente Popular, que no fue ni una superación, ni una extensión de las Alianzas Obreras, sino una política opuesta por el vértice a la que les habían dado vida y que fue utilizada para enterrarlas.

El BOC,  la ICE por  la unidad

El partido más preparado políticamente para desarrollar una política unitaria efectiva fue el Bloc Obrer i Camperol (BOC) y, en la medida de sus fuerzas, la Izquierda Comunista de España (ICE). Recordando la referencia que hicimos antes a las distintas posiciones de la III Internacional sobre el “frente único”, puede decirse que quien puso en práctica, muy eficazmente, la política de “fren- te único” según el IV Congreso de la Internacional fue precisamente el BOC a lo largo de 1933, como vimos al comienzo de este artículo. El único aspecto discu- tible de la orientación del BOC en este terreno es la presentación de la Alianza Obrera como el tipo de “ soviet” que convenía a la realidad española. Sin preten- der fijar un modelo universal de soviet, pensamos que las Alianzas carecieron de uno de los aspectos esenciales de un “consejo obrero”: las organizaciones de base, abiertas a todo el pueblo trabajador, cualquiera que sea su afiliación políti- ca y sindical. Esto es lo que permite al “consejo” representar realmente la unidad más profunda del pueblo alzado y, sobre todo, es lo que permite que los revolu-

18/ Molíns i Fábrega, N. (1978), op. cit. pág. 166.


cionarios luchen y conquisten la hegemonía en un marco de unidad. Un frente de partidos no permite realizar esta función, decisiva para el triunfo revolucionario; la experiencia de 1936-37 lo confirma, aunque esa sea otra historia.

El BOC tuvo que intentar sacar adelante la insurrección en las condiciones más difíciles de 1934, en Catalunya, que era el único lugar donde contaban con suficientes fuerzas militantes. Sus fallos estuvieron no tanto en la política de uni- dad obrera, sino en la táctica que utilizaron para la necesaria unidad de acción con la Generalitat, que dejó todo el poder de decisión en manos de su presiden- te, Companys.

Sería aventurado pensar qué otra cosa pudo hacerse. Molins y Fábrega indica que la Alianza Obrera debió organizar antes de la insurrección un “ejército obre- ro armado”, como fuerza de vanguardia capaz de atraerse en la insurrección misma a las masas que seguían a la Generalitat /19. Lo cierto es que la Alianza catalana no se procuró la relación de fuerzas capaz de determinar el comporta- miento de Companys. Y sólo con la presión popular, no se puede volcar del lado de la revolución a una institución de Estado dirigida por una fuerza politica pequeñoburquesa.

Después de Octubre, el BOC, y más adelante el POUM, se quedaron solos luchando realmente por la continuidad de las Alianzas Obreras. La tarea resultó excesiva para sus fuerzas.

Así se perdió una experiencia de inmenso valor que sólo Asturias había llevado hasta sus últimas consecuencias. AIIí, la realización efectiva del “frente único” permitió establecer un verdadero poder local, en el cual pudieron coexistir sin grandes problemas, concepciones aparentemente antagónicas sobre el “modelo de sociedad”: entre el Comité de La Felguera, dirigido por los anarquistas, y el de Mieres, de dirección socialista, no hubo finalmente grandes diferencias prácticas. Claro que lo que hizo la Comuna asturiana fue destruir a nivel local el poder bur- gués, establecer un poder obrero de excepción, en condiciones de guerra, y resis- tir. No podía hacer más en aquellas condiciones.

Pero hacer triunfar la insurrección a escala de Estado, planteaba tareas mucho más complejas. Cuando el primer manifiesto de la Alianza asturiana reclamaba la creación de una Alianza Obrera Nacional estaba exigiendo que se cumpliera una de las condiciones políticas, no sólo organizativas, para la victoria de la insurrec- ción: es decir, la existencia de una dirección central del movimiento revoluciona- rio, capaz de dirigir la batalla contra el poder estatal burgués.

Esa batalla se perdió, pero la lucha sigue y para ella deben servir las lecciones de nuestro Octubre, del cual queremos representar el relevo, continuando esta pequeña historia que cuenta Molins i Fábrega: “El padre de un bravo mucha-

19/ Molíns i Fábrega, N. (1978) op. cit. pág 163.
20/ Molíns i Fábrega, N. (1978). op. cit. pág. 123.


cho que luchó en Oviedo y Campomanes dio a su hijo la misma arma que el año 17 le sirvió para luchar contra las tropas que invadieron Asturias a caño- nazos y, con esta arma, el hijo luchó hasta que la insurrección fue vencida. El arma vuelve a estar en el mismo sitio donde el padre, cuando no la pudo utili- zar, más por agotamiento físico que por ancianidad, la había tenido escondida a la espera de la revolución que habría de llevar al proletariado a la victoria. En el escondite donde ha estado tanto tiempo -dicen ahora padre e hijo- espe- rará algún tiempo más. ¿Mucho? No lo sabemos; pero si mi hijo no la puede utilizar otra vez, mi nieto que estos días de la insurrección ha aprendido mucho, sabrá como funciona y sabrá contra quien apuntar” /20.
También la Alianza Obrera es un fusil escondido.


Miguel Romero es el editor de VIENTO SUR






Una  relectura autocrítica, veinticinco años después

La llamada “historia partisana” –textos de historia escritos por militantes– no tiene buena fama entre los historiadores profesionales que la consideran sesgada por las ideas políticas de sus autores. Creo que la crítica tiene fundamento, aunque no faltan los historiadores de oficio que evolucionan en sus juicios históricos al ritmo de sus afi- nidades políticas (pongamos por ejemplo, Julián Casanovas o Santos Juliá), o que han presentado sus filias y fobias políticas con formatos de textos históricos (Antonio Elorza, particularmente).

Releyendo 25 años después el artículo anterior, y considerando los límites del propó- sito y las dimensiones del artículo, no veo problemas de “sesgo político” en las refe- rencias documentales seleccionadas. Pero encuentro en el artículo muchas expresiones y valoraciones que no me gustan o que hoy no comparto.

Algunas son cuestiones de forma: en varias ocasiones, el texto adopta un tono norma- tivo, “demostrativo”, que hoy chirría bastante (por ejemplo, sobre el papel del BOC como ejemplo de lo que tiene que hacer una “organización minoritaria”, o sobre la fun- ción del programa, o sobre la concepción “leninista” del Frente Único…). Con el tiem- po se aprende, o se procura aprender, que exponer y debatir ideas no tiene nada que ver con dar lecciones y, menos aún, con establecer normas de supuesta ortodoxia revo- lucionaria.

Pero hay también cuestiones de fondo, relacionadas, por una parte, con algunos juicios políticos sumarios –hay conclusiones de entonces que me parecen hoy demasiado sim- ples y cerradas– y, por otra parte, con temas importantes a los presté menos atención de la que merecen. El más destacado de ellos es el “octubre catalán”; afortunadamen- te, los textos de Pelai Pagès y Andy Durgan que publicamos en este Plural cumplen esta función, mucho mejor que habría podido hacerlo yo.


Voy a apuntar brevemente algunos de los temas del artículo que me parecen merece- dores de revisión o “autocrítica”:

• Creo que para comprender el papel del PSOE, y particularmente el de Largo Caballero, en 1934 es fundamental considerar su posición sobre el Estado. Largo Caballero es un “hombre de Estado”, que puede aceptar la idea de la “dictadura del proletariado” (entendida como un Estado dirigido por el “partido del proletariado”, es decir, el PSOE), pero de ninguna manera la autoorganización o cualquier otra mani- festación de una iniciativa obrera autónoma respecto al partido. De ahí su visión pura- mente instrumental de las Alianzas Obreras y la decisión de deshacerse de ellas en cuanto dejan de ser útiles para que el PSOE pueda recuperar su papel de gobierno. De ahí también que su acuerdo con Prieto y el programa secreto pactado entre ambos res- ponda a la lógica común de considerar como objetivo supremo del partido (y, “por consiguiente”, de la clase obrera) el gobierno de la República. Ésta es una concepción extremadamente autoritaria y “substituista” de las relaciones del partido con la clase que, paradójicamente, se atribuye frecuentemente al partido “leninista” de vanguardia, cuando corresponde realmente al modelo de partido de Karl Kautsky que configuró a la socialdemocracia histórica.

• Hay, a la vez, un cambio radical y una continuidad muy llamativas en el papel de la CNT-FAI en octubre de 1934 y julio de 1936 en Catalunya. El cambio se da entre su pasividad en las jornadas del 34 y su actividad determinante en la revolución de julio. La continuidad está en que ambas situaciones la CNT-FAI orienta su acción desde el rechazo de “la política”, pese a que este rechazo acabó potenciando el papel político de la Generalitat con las consecuencias conocidas. Es dramático que acontecimientos de importancia tan excepcional, por acción y omisión, como los de Octubre tuvieran tan poca influencia en el curso posterior de los acontecimientos, particularmente en la CNT. Escribe Julián Gorkin en su epílogo al libro La insurrección de Asturias de Manuel Grossi /** que: “El proletariado aprende siempre tanto en sus derrotas como sus victorias. Y quizá más aún en las primeras que en las segundas”. Ojalá fuera así, porque ha habido muchas más derrotas que victorias en las luchas obreras. Pero, lamentablemente, ya es bastante difícil aprender de las victorias y las lecciones de las derrotas no se consideran tales o se olvidan muy fácilmente.

• Comprender el papel del PCE en Asturias es un problema muy complejo. ¿Cómo un partido que se había mostrado especialmente hostil a las Alianzas Obreras, hasta la vís- pera de la insurrección y que no se identificaba con el programa de la Alianza asturia- na pudo finalmente ser considerado como uno de sus símbolos políticos, dando así un salto adelante decisivo en su desarrollo y su influencia posterior, más allá de Asturias? En mi artículo se busca la explicación en una cuestión de relación de fuerzas (el PCE era minoritario, pero tenía una implantación significativa en Asturias) y en cualidades militantes (disciplina, combatividad…) que le permitieron conectar con los jóvenes militantes que querían resistir, incluso en condiciones desesperadas, cuando ya estaba clara la derrota. No encuentro otra explicación mejor, pero creo que hay que mirar también la situación desde “el otro lado del espejo”. Por supuesto, no pretendo deva-


**/ [Estaba previsto publicar en este Plural el texto de Gorkin, pero por razones de espacio, lo hemos tenido que desplazar a la web].


luar la importancia para la construcción de una organización revolucionaria de la memoria (incluyendo la más cercana: es decir, la valoración de lo que una organiza- ción ha hecho en la etapa más próxima a un acontecimiento), ni de los programas a corto y a largo plazo. Pero creo que la experiencia del PCE en Asturias 1934 muestra la necesidad de evitar las interpretaciones excesivamente racionalistas, en términos de conciencia, programa, etc., de los procesos de radicalización, especialmente en condi- ciones excepcionales, como las de una insurrección. La rebeldía política está atravesa- da por deseos, impulsos, sentimientos…, que no son previsibles ni codificables y con los que sólo se puede conectar sobre el terreno, cara a cara, en la acción inmediata codo con codo… Sin contar con ellos, no puede entenderse que un partido particular- mente sectario fuera el más beneficiado por la experiencia más unitaria de la clase obrera española en los años 30.

• La Comuna asturiana está asociada, con razón, al “frente único”. Pero “frente único” tiene muchos significados. Cuando el inolvidable Enrique Rodríguez decía en la entre- vista que publicamos: “… en Asturias triunfó justamente porque el Frente Único se realizó, y se realizó porque había una fuerza que contaba, que pesaba, como era la CNT que se había entendido con la UGT”, se estaba refiriendo a la unidad entre las dos grandes organizaciones obreras de la época, lo que equivalía a la unidad del “pue- blo entero”, sobre la base de un programa común revolucionario. Pero Asturias es un caso totalmente excepcional en la historia del movimiento obrero internacional.

En mi artículo, se utiliza también y sobre todo, “frente único” como una política para la conquista de la hegemonía de los “revolucionarios” sobre los “reformistas” en el marco de una acción unitaria. Éste fue uno de los debates más conflictivos, enmaraña- dos y mitificados de la III Internacional, que recorre gran parte de su trayectoria, espe- cialmente desde 1921 a 1935. Pero el balance de la práctica de la política de “frente único” es sólo una sucesión de errores “oportunistas” o “izquierdistas”; las propuestas bien orientadas, como las del BOC en el Octubre catalán, no se realizaron. No me cabe duda de que, entonces y ahora, una organización revolucionaria debe dar un valor altí- simo a la unidad, como educación y proyecto a largo plazo, y como acción adecuada a cada circunstancia concreta. Pero soy muy escéptico sobre la utilidad práctica de la “política de frente único”, incluso en la fórmula que en el texto se llama “leninista”. Y no me parece que en octubre de 1934 haya pruebas significativas de esa utilidad.

• El énfasis con que se destaca en el texto el objetivo de la “centralización” de las Alianzas en todo el territorio español está justificado porque era una cuestión funda- mental en un alzamiento para derrocar al gobierno español y porque así figura en el programa de la Alianza asturiana. Pero hay que decir también que en este aspecto hay influencias de la “historia partisana” y de los debates que había en la Liga cuando escribí el texto. Hoy pienso que el artículo fue demasiado prudente en este tema y debía haber planteado debates más comprometidos.

Por ejemplo, incluimos entonces en Inprecor un texto poco conocido de Trotsky, escri- to en el verano del 34, llamado “El conflicto catalán y las tareas del proletariado”; hay una referencia a él en el artículo de Andy Durgan. Trotsky afirmaba: “Nuestros camaradas (…) deben hacer agitación (por medio de su propia organización y de la Alianza Obrera) a favor de una proclamación de una república catalana independien- te y deben exigir para garantizarla el armamento inmediato del pueblo entero”. Hay


que recordar que Companys había proclamado el 6 de octubre : “… el Estado Catalán de la República Federal Española…”. La propuesta de Trotsky buscaba desbordar al gobierno de la Generalitat por medio de una radicalización de objetivos nacionalistas. No es éste el momento, ni el lugar para polemizar sobre esta propuesta desde un punto de vista teórico, ni sobre su influencia (en mi opinión, muy negativa) en organizacio- nes trotskistas. Pero, referida a los acontecimientos de 1934, no puedo entender en qué una proclama independentista de la Alianza Obrera catalana habría ayudado a resolver los problemas fundamentales para el triunfo de la insurrección allí (desautorizar a Companys ante las bases nacionalistas e incorporar a la CNT a la Alianza) y me pare- ce muy probable que una decisión así, en aquellas circunstancias, habría provocado verdadero estupor en el movimiento obrero fuera de Catalunya. En mi opinión, la pro- puesta de Companys era muy adecuada a aquellas circunstancias; el problema fue que no hizo nada por realizarla.

• Finalmente, mi artículo termina afirmando implícitamente a la LCR como “el rele- vo” de “nuestro Octubre”. Es una afirmación voluntarista propia de los tiempos. Como afortunadamente ahora vivimos una época de reivindicación de la memoria histórica, creo que hay que cuidarse de patrimonializarla. Ojalá llegue a haber sobre “nuestro Octubre” una memoria compartida, capaz de contener todos los debates y afinidades propias de una experiencia conflictiva, y en base a ella, “un relevo común” de quienes vean en esa epopeya excepcional una referencia política y moral, parte imprescindible del “futuro anterior” de la izquierda anticapitalista en el Estado español.




  Cronología                                                                                

El bienio reaccionario (1933-36)

1933
• Elecciones legislativas (19 de noviembre). Ganan las derechas: se realizan por sufragio universal masculino y femenino, es decir, por primera vez en la historia de España las mujeres tenían derecho al voto. Votaron 8,7 millones de electores, lo que equivalía al
67,46% del censo. La abstención (32,54%) fue más numerosa que en las elecciones de
1931.
• Insurrección anarquista (8-12 de diciembre): en zonas de Aragón, la Rioja y Andalucía.
• Se funda la primera Alianza Obrera en Barcelona (9 de diciembre).
• Gobierno Lerroux (18, diciembre), con permiso de la CEDA.

1934
• Se crea Izquierda Republicana (2 de abril), liderada por Azaña.
• Huelga de Zaragoza (28 de marzo a 9 de mayo).
• Gobierno de Ricardo Samper (28 de abril), con permiso de la CEDA.

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